CHARLY GARCIA Y UN CURIOSO FESTEJO EN EL UNIVERSO SAY NO MORE
El no cumpleaños del sombrerero loco
García festejó los 55 con un fallido show “radial”, pródigo en esas escenas habituales en sus últimas presentaciones.
Primera irrupción, 23 horas. Dos horas antes, en la puerta del Gran Rex, ya había chicas vendiendo radios frente a una cola de clientes con brazalete de Say no More. ¿Radios en un recital? Es que a Charly García se le ocurrió festejar su cumpleaños 55 con otro de sus shows sin sonido ambiente. Además de los 45 –o 110– pesos de la entrada, sus fans tuvieron que comprar una o ponerle pilas a la propia. El runrún en el hall no era el típico “con qué saldrá el quía hoy”, ni siquiera inquietudes sobre las canciones del disco que García prometía presentar: el largamente demorado Kill Gil. Todo giraba en torno a un chiste clavado: “¿Ese es tu walkman? Qué moderno que es...”, legendaria frase de “Peluca telefónica”. A las 22 estaba anunciado el show y a las 22 arribó el hombre con Déborah de Corral vestida de novia, una remera con el 55 en la espalda y su séquito. Una hora de backstage y Charly, con sus músicos chilenos, Fernando Kabusacki en guitarra y De Corral en coros, estrenó el experimento. La primera impresión fue un fiasco. La radio –100.1– sonaba mal, la banda era una disonancia completa, y García –ya histérico– pedía que le subieran el volumen, retando a los músicos y al sacrificado plomo.
Así se fue el primer acto: deslucidas versiones de “Me siento mucho mejor” y “Nos siguen pegando abajo”. Gente arengada, sin la menor queja ante el caos sonoro –rara sensación la de escuchar sin escuchar–, un guiño–García (“Gracias por pagar la entrada”) y la consola de radio que estalla contra el piso cuando García anuncia “Fantasy”. A 20 minutos de las 23, el cumpleaños parecía terminado, sin torta, velas ni fiestita. Se cierra el telón y aparecen los cánticos: “Sacá la radio/ la puta que te parió”, cantan los de la platea. “El que no grita García para qué carajo vino”, responden en el pullman. “No pasa nada, no pasa nada, a Charly lo queremos en las buenas y en las malas”, corean todos. El que la pasa bien es el cocacolero: vende cinco gaseosas por minuto y nadie se mueve. Ultima hora de un lunes y todos ahí, estoicos.
A las 23.55, segunda irrupción: alguien soluciona la rotura del circuito interno. Vuelve García y al público, en la frontera entre el fanatismo y lo sadomaso, no se le escapa ningún insulto justiciero. Vuelta al walkman, acústica al frente y ruinosas versiones de “De mí”, “¿No te sobra una moneda?”, “Me tiré por vos” y “Llorando en el espejo”. “Por un momento pareció La Falda o Cosquín Rock, pero esto no puede pasar en la Capital, donde todos somos derechos y humanos”, es la “disculpa” de García. Finalmente, el intento radiofónico queda descartado y todo se transforma en un show normal... al menos en el planeta Charly. Canta cinco temas del nuevo disco sobre una cinta grabada, se calla, camina sin micrófono por el escenario, cambia las guitarras, se sienta en el sillón y la voz... sigue sonando. Tampoco hay quejas por el playback.
Kill Gil arranca como una obra conceptual algo inentendible. Habla de un muchacho loco que quiere volar otra vez las torres gemelas o algo así. Algunos temas en inglés, otros como “King Kong”, que no agregan ni quitan nada a la cosmogonía del Charly post Hija de la lágrima. Algunas frases lúcidas –“La gente que nunca duerme es más real”, “La jaula no es tan solo esta pared”–, ruidos y desacoples. Mientras Kabusacki se queda sentado a un costado sin saber qué hacer, De Corral sube y baja de los Marshalls y suena “El fantasma”, dedicado a Videla, “que debe andar en pantuflas por la casa, con una mujer esquizofrénica cagándolo a pedos”, según García. El feliz cumpleaños sucede con “Happy and real”, rescate de Tango 4, y el único invitado a compartir su sillón es el legendario productor de los Stones Andrew Oldham, con quien entrega un tema de Jagger-Richards, “Play with Fire”, perlita del disco Out of Our Heads. Charly saluda y parece el fin. Pero no.
A la 1.05, la tercera irrupción: el Rex perdió un 30 por ciento de gente. Charly es consciente del espíritu de la noche y tira la mejor frase: “Ustedes son muy condescendientes conmigo, deberían cagarme a escupidas”. Una paradoja, porque hasta las dos de la mañana transcurre lo mejor del cumpleaños. Pese a la anarquía sistemática, suenan buenas versiones de “Anhedonia”, “Desarma y sangra”, “Los dinosaurios”, aunque todo vuelve a la normalidad con “El fantasma de Canterville”, “Sucio y desprolijo” –desde que la compartió con Pappo en Cosquín 2005 no deja de tocarla–, “Yendo de la cama al living” con un megáfono, “Cerca de la revolución” y “No me dejan salir”.
¿La torta? Charly juega con el público. Pide que aplaudan a Diego Torres: silencio. Pide aplausos para Babasónicos y recibe silbidos. “Grande loco, son como yo”, lanza. Después se la agarra con los que apoyan a Francisco Bochatón: “Echen a los alternativos de la sala”, y llega el epílogo destroyer. Rompe su guitarra azul a la Pete Townshend, hace trizas el megáfono, derriba el sillón, rompe los platillos de la batería y cuatro Marshalls acaban en el piso, mientras en la platea se agarran la cabeza. “Loco, tenés que tener mucha plata para hacer mierda esos equipos”, dice un fan. A las 2 y 10 de la mañana, Corrientes queda desierta y García sigue el festejo, quién sabe dónde, con quién y bajo qué circunstancias. Miles de personas pagaron el antojo y la fiesta. ¿Alguien podía sorprenderse?
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