domingo, junio 26, 2005

Batman Begins

El anterior fin de semana fui a ver Batman Begins, y les puedo decir sencillamente que me gustó mucho. Pienso que es la mejor película de superhéroes que se haya hecho hasta el momento, o por lo menos que yo haya visto. La diferencia de esta película con cualquier otra es que aquí se nos presenta a Batman tal como es, es decir, un ser humano común y corriente, con todos los miedos y fobias que podamos tener, un tipo vengativo y desesperado, desorientado y con motivado más por el recuerdo de sus padres que por una conciencia de justicia. La única diferencia entre Bruce Wayne y cualquier de nosotros es que es multimillonario. Lo único que le podría criticar a esta película es el beso que se da con su contraparte fememina al final de la misma, sentí que no había un sustento en la historia que justifique ese beso, pero fuera de eso la película es muy buena. Una de mis favoritas este año. Adicional a esto, les pongo un artículo también sobre Batman que me pareció muy interesante.



Santos fracasos, Batman


Por Fernando Ariel García

Si algunos se quejan de que en Batman inicia, la película de Christopher “Memento” Nolan, Bruno Díaz no se calza el disfraz de murciélago hasta pasada la primera hora, qué dirían si se hubiese concretado el proyecto original, en la que el Detective Encapotado no lucía el modelito... en toda la película.

La historia de la película que podría haber sido comienza en 1997, cuando los resultados obtenidos por el film Batman y Robin (protagonizado por George Clooney y Arnold Schwarzenegger) estuvieron muy por debajo de lo esperado por los directivos de la Warner. Tanto, que decidieron cajonear todos los proyectos superheroicos destinados a la pantalla grande y, en el mejor de los casos, reacondicionarlos como series televisivas con las cuales alimentar la grilla de su canal de cable.

Así nació Smallville (estrenada en el 2001), dedicada a contar los años adolescentes de Superman. Inesperadamente, el programa se transformó en un éxito de crítica y público, sobre todo entre la franja adolescente que seguía Dawson’s Creek y Buffy. Con ese mismo molde decidieron encarar la reconstrucción del Hombre Murciélago. Y quién mejor para contar esa experiencia formativa que el hombre que ya lo había hecho (y muy bien) en el comic: Frank Miller.

La idea, según declaró Miller, era enfocarse en un relato policial estilo Taxi Driver o Contacto en Francia, con altas dosis de violencia y un realismo sucio similar al del cine urbano norteamericano de los ‘70. La única condición era que Batman no podía aparecer como Batman durante toda la película: si, en Smallville, Clark Kent sostenía una hora semanal sin ponerse la capa, Bruno Díaz tendría que aguantarse algo más de 120 minutos sin capucha ni Batimóvil ni Baticueva.

En el camino, la Warner volvió a hablar de cine y presupuestos abultados con la idea de recuperar el terreno perdido ante el fenómeno de los X-Men. Para eso puso detrás de cámara a Darren Aronofsky, director de Pi y Réquiem por un sueño. Al igual que en el comic, el film seguiría el primer año de Bruno Díaz tras su regreso a Ciudad Gótica, el inicio de su amistad con el teniente James Gordon (próximo comisionado de policía) y una compleja relación sentimental con Selina Kyle (Gatúbela), prostituta que roba o ladrona que hace la calle. A diferencia de la historieta, lo más parecido a una capucha que se permite vestir Batman es un pasamontañas tras el cual esconde los rasgos de su cara. Campera, pantalón y botas de cuero negro completan su “uniforme”. De Alfred, el mayordomo, ni noticias. Recién al final Bruno Díaz recuperaba su fortuna y dedicaba a construir traje, Batimóvil y toda la aparatología ultratecnificada de la Baticueva.

Pero, a pesar de responder a sus requerimientos explícitos, la Warner nunca aprobó el guión de Batman Year One, que fue dado de baja en el 2002. Se pensó en una serie televisiva sobre los viajes de Bruno Díaz alrededor del mundo, mientras se iba preparando física y mentalmente para asumir el rol de su vida. Pero no prosperó. Se habló de incorporarlo en un capítulo doble de Smallville, para revelar el primer encuentro de los dos iconos. Tampoco prosperó. Se sondeó a Clint Eastwood para que dirigiera y encarnara a un Batman setentón perdido en Tokio, y tampoco. Se anunció el rodaje de Superman versus Batman un día antes de cancelar el proyecto. Hasta se especuló con una versión del dibujo animado Batman del futuro, protagonizado por un anciano Bruno Díaz que entrena a un nuevo Hombre Murciélago, dupla que caería en los hombros de Paul Newman y Keanu Reeves. Pero tampoco prosperó. Cuando todo parecía perdido, Christopher Nolan tomó las riendas de Batman inicia, encargando al guionista de historietas David Goyer una relectura del origen del superhéroe, sumándole a la historia de Miller diversas instancias tomadas directamente de otros comics del encapotado. El resultado, por ahora, deja contentos a los fanáticos y a los neófitos, a los críticos y a los accionistas. Frank Miller, mientras tanto, se juntó con Robert Rodriguez y Quentin Tarantino para filmar La ciudad del pecado (Sin City), traspaso literal de su propio comic que cuenta con Bruce Willis, Mickey Rourke y Benicio del Toro entre sus protagonistas.

Comentario de Películas


Para los que hayan podido ver "Elephant" (película que trata sobre la matanza de estudiantes den Columbine, USA) y les haya llegado, les gustará leer esta reseña de las películas de su director, Gus van Sant. A mí me gusto mucho "Elephant", se las recomiendo, lo pueden encontrar en MovieStore por si acaso.



Chicos muertos


Hermosas y asfixiantes, de un lirismo arriesgado pero escueto, técnicamente soberbias, emocionalmente contenidas y sin atisbos didácticos, con sus últimas tres películas Gus van Sant ha completado una trilogía conmovedora: Gerry (filmada en el noroeste argentino), Elephant (basada en la masacre de Columbine) y ahora Last Days (sobre los últimos días de Kurt Cobain). A la espera del estreno de esta última en la Argentina, Radar repasa estas preguntas sin respuesta a un misterio de nuestro tiempo: el de jóvenes que matan, mueren o se matan sin explicaciones convincentes.

Por Mariana Enriquez

En 1997 Gus van Sant publicó Pink, una novela fallida que tuvo escasa difusión, dedicada a River Phoenix, el protagonista de la que entonces se consideraba su mejor película, Mi mundo privado. Entre la multitud de personajes, dos referencian claramente a personajes reales: Blake, una estrella de rock que se suicida de un disparo en la boca, y Félix, que muere de sobredosis en una vereda, en compañía de su hermano menor, que trata de socorrerlo en vano. En su novela, Van Sant recreaba –siguiendo las reglas del fan-fiction, ese “género” contemporáneo que florece en Internet– las muertes de River Phoenix y Kurt Cobain. Venía incubando desde entonces Last Days, su nueva película inspirada en los últimos días de Cobain.

Y quizá por entonces, cuando todavía estaba trabajando para los estudios de Hollywood en sus películas más impersonales (Good Will Hunting, la remake de Pyscho y Finding Forrester) también estaba pensando en la trilogía que culmina con Last Days y se completa con Gerry (2002) y Elephant (2003). Tres películas hermosas y asfixiantes, de un lirismo arriesgado pero escueto, técnicamente soberbias, emocionalmente contenidas y sin atisbos didácticos o naturalistas. Last Days no es la mejor de la trilogía, pero es un cierre perfecto donde Van Sant desnuda sin pudor alguno su obsesión con la juventud y la muerte, la pureza del vacío, y cierto determinismo; una sensación de lo inevitable, de destino fatal precedido por esas largas caminatas que los personajes llevan adelante en las tres películas, acompañados por la cámara testigo que no puede rescatarlos –y se pregunta si acaso es posible hacerlo.

Gerry está dedicada al realizador húngaro Bela Tarr (Satantango) y su estética despojada, caracterizada por tomas dolorosamente largas y lentas. No obstante, Gerry es Van Sant en estado puro, a pesar de la reconocida influencia y la cita a Esperando a Godot de Beckett. Rodada en el norte argentino, el Valle de la Muerte y en Utah, Gerry presenta a dos amigos interpretados por Matt Damon y Casey Affleck (ambos se llaman “Gerry”, además) que se pierden, a lo mejor intencionalmente –tal es la negligencia– en el desierto. Van Sant se basó en un caso real que tuvo gran exposición en los medios. Caminan y caminan, hablan de tonterías, apenas se refieren a su desesperada situación, y las larguísimas escenas silenciosas sobre áridos terrenos blancuzcos expresan la claustrofobia que sólo pueden articular los espacios abiertos y las infinitas posibilidades. Los dos Gerrys pueden ser alter egos o camaradas: a Van Sant poco le interesan las explicaciones o el realismo. El acto de piedad final, una toma lejana donde ambos Gerrys parecen besarse sobre un suelo salitroso, parece una escena romántica, y lo es: pocos realizadores tienen la capacidad de Van Sant de hablar de sexo sin mencionarlo o mostrarlo. Esa larga caminata por la nada no podría tener otro final. De la misma manera, los largos paseos en plano secuencia por la helada escuela de Elephant son preludio de la violencia inevitable, latente, planeada en una cercana casa de apacible barrio suburbano.

Elephant, inspirada en la masacre de Columbine, es uno de los comentarios más lúcidos sobre la violencia y la soledad adolescente que desató el traumático hecho ocurrido en la escuela de Colorado en 1999. Van Sant no necesita golpes bajos para dar pie a escenas sumamente dolorosas: le basta con la angustia del rubísimo debutante Alex Frost quitándole a su padre borracho el control del auto camino a la escuela el día de la masacre para plantear una situación desoladora. Elephant no juzga ni explica a los adolescentes. Los observa desde varias miradas posibles: caricaturizados, idealizados, huecos, conmovedores, curiosos, alegres, aburridos, violentos. Pero ninguna mirada es única ni determinante. Son apenas fragmentos de los últimos momentos de sus vidas. Elephant es, también, una proeza técnica. Las escenas se repiten desde diferentes puntos de vista, el tiempo se fractura, los planos secuencia que siguen a los chicos caminantes parecen girar sobre sí mismos en espera de lo inevitable. Como en Gerry, antes del acto final los asesinos cumplen un rito de limpieza que culmina en un beso tan sexual como de camaradería –para Van Sant, desde Mi mundo privado, son términos homologables–, detalle que causó cierto escozor en la crítica pero que puede verse más como una provocadora firma de autor, no carente de romanticismo.

Si Last Days cierra tan bien la trilogía es, entre otras cosas, porque las tres películas tratan de últimos días, últimos momentos, preludios a la muerte. Hay una discusión sobre Last Days que es por completo irrelevante: si retrata con “fidelidad” el final de Cobain. Así como Elephant era y no era sobre Columbine, Last Days es y no es sobre la muerte de Kurt Cobain. Por suerte, no es una biopic. Las referencias son sobre todo iconográficas: Michael Pitt, que interpreta a la estrella de rock Blake, aparece con el célebre pulóver verde y rojo que Cobain vestía cuando se suicidó, usa los mismos anteojos que el ídolo, la misma gorra, los mismos vestidos, el mismo corte y color de pelo. Pero, por ejemplo, jamás aparece usando heroína. Van Sant ni siquiera muestra el momento de la muerte: si se piensa que es un suicidio es sólo por la referencia a Cobain, no porque una imagen lo determine. La cámara sigue a Blake en un derrotero solitario por el lago cercano a su mansión arruinada, lo acompaña cuando se seca la ropa ante una fogata, cuando cocina penosamente o canta solo acompañado de una guitarra (una de las canciones, Death To Birth, es del propio Michael Pitt, y está realmente muy bien). Es un estudio sobre la soledad, una experiencia voyeurista sobre los actos cotidianos insignificantes de alguien cercano a la muerte (¿de alguien decidido a terminar con su vida?) sin un instante de psicologismo.

Como en Elephant, las escenas se repiten desde distintas perspectivas, y el tiempo está roto. No hay guión convencional, y apenas diálogos, sobre todo con actores no profesionales, como un vendedor de páginas amarillas, gemelos mormones y Kim Gordon, de Sonic Youth, que interpreta a la manager de Blake. La cámara captura la desolada belleza de los bosques que rodean la casa de la estrella, la ventana de la mansión desde la que se lo escucha tocar, los árboles reflejados en los vidrios de los autos de modo que ocultan lo que sucede en el interior. Aunque la heroína jamás está presente, es una película sobre la droga, en sus tiempos, en el estupor de Blake –la interpretación de Pitt, casi puramente física, es notable–, en la languidez de los amigos de la estrella que deambulan por la casa, duermen, se besan –el beso gay de rigor es entre Lukas Haas y Scott Green– y canturrean Venus in Furs, de The Velvet Underground. Van Sant está lejos, una vez más, de juzgar e interpretar: los amigos no son ni sanguijuelas ni contenedores, el dolor de Blake es intangible. Sería, claro, presuntuoso descifrar la desdicha de Cobain, y Van Sant prefiere sugerir apenas cierto misticismo que es totalmente adecuado a la iconografía de un ídolo muerto, desde una vez más el baño-purificación de la primera escena hasta el final, un efecto de resurrección que resultaría cursi en cualquier otro cineasta con menos pericia y empatía que Van Sant. Se puede considerar Last Days la película más personal de Van Sant, quizá un tardío exorcismo de la traumática muerte de River Phoenix, una desenfadada admisión de su fascinación por los talentosos y condenados, por los jóvenes hermosos que desde Hollywood o desde un escenario encandilan y obsesionan a los meros mortales. Cierto, no está claro si Last Days funcionaría como película sin la referencia a Cobain (Elephant funciona por sí misma y la inspiración en Columbine es mucho menos decisiva para su peso como película), pero después de todo Van Sant compuso una trilogía que va de lo casi surreal-alegórico a lo social y alcanza finalmente la cultura pop, siempre apoyado en un disparador real.

Gerry, Elephant y Last Days están basadas en hechos reales que, en realidad, son un misterio. Nadie sabe qué le pasó a ese chico perdido en el desierto, ni qué sentían los adolescentes asesinos de Columbine, ni qué hizo Cobain en sus últimos días recluido en su casa de Seattle. “Las películas son preguntas sobre lo que ocurrió”, explica Van Sant. “No son sobre los eventos, sino especulaciones ficcionales.” Son tres películas que parecen girar sobre un vacío paradójicamente recargado, y sobre todo, tres interrogantes, una trilogía de la incertidumbre.

miércoles, junio 22, 2005

Acelerador de Internet

Cotas ha puesto a disposicion de todos los usuarios de sus servicios un software con el que se puede acelarar la velocidad de conexión a Internet, según ellos las páginas descargan más rápido y hace la experiencia de navegar más agradable. Lo pueden bajar de www.cotas.net

sábado, junio 18, 2005

Voluntad de morir

Excelente artículo de Mario Vargas Llosa sobre la situación boliviana. Esta nota apareció hace algunos días en La Razón. Muy pero muy interesante y sobre todo cierto.

Voluntad de morir
Los dioses, o tal vez el diablo, decidieron premiar la sensatez de los bolivianos haciéndoles descubrir en su subsuelo vastísimos yacimientos de gas.

Tal vez la historia de ciertos países sería menos esotérica, para no decir indescifrable, si pusiéramos en tela de juicio la creencia, apuntalada y universalizada desde el optimismo filosófico del Siglo de las Luces, según la cual forma parte de la naturaleza de todos los pueblos la vocación de progreso, justicia y libertad. Porque, aunque es indudable que esta predisposición parece existir, en efecto, en las sociedades que han evolucionado desde la escasez hasta la prosperidad y desde el absolutismo hacia la democracia, lo cierto es que hay otras en las que aquel impulso natural colectivo brilla por su ausencia y, en su reemplazo, parece prevalecer una clara preferencia por el estancamiento, la involución histórica y hasta el suicidio económico y social.

Las razones por las que esta naturaleza reaccionaria y antimoderna se enraíza en una sociedad son muy variadas —ideológicas, religiosas, culturales— y, afortunadamente, cambiantes, lo que significa que, en distintas épocas de su desenvolvimiento, un mismo país puede estar en la vanguardia del progreso y en el furgón de cola de la modernidad. Los casos ejemplares de este fenómeno son, en Europa, Francia y, en América Latina, Argentina. Probablemente pocas naciones han hecho avanzar tanto el progreso social, económico y cultural en el mundo como Francia, sin cuyos pensadores, artistas, estadistas, y sin la voluntad transformadora y modernizadora de vastas capas de su población en los siglos XVIII y XIX, el mundo sería infinitamente más pobre y menos libre de lo que es hoy. ¿Por qué se ha extinguido ese espíritu en la sociedad francesa y lo ha reemplazado ese terrible letargo y resistencia a la modernización que está, paso a paso, hundiendo cada día más a Francia en una decadencia que parece irreversible? La Francia de la Enciclopedia y de les philosophes que inventó el universalismo, proclamó los Derechos del Hombre, inauguró la secularización de la cultura, es hoy una sociedad profundamente conservadora y reaccionaria, tratando desesperada y absurdamente de oponerse a la gran revolución de nuestro tiempo que es la globalización y oponiéndole un nacionalismo anacrónico y cerril, del que, aunque utilizando argumentos distintos, se alimentan prácticamente todas las fuerzas políticas, desde el fascista Le Pen hasta la extrema izquierda comunista y trotskista, pasando por gaullistas, republicanos, socialdemócratas y socialistas. El sector moderno y liberal es, políticamente hablando, insignificante y sin posibilidad alguna en lo inmediato de revertir este lento avance de la sociedad francesa hacia el abismo.

Esta involución recuerda la de la Argentina. Ya casi todo el mundo ha olvidado, luego del trágico espectáculo del país en los últimos decenios, que esta nación fue una de las más ricas y progresistas del mundo, una verdadera potencia industrial a principios del siglo XX, con un sistema educativo comparable a los mejores del planeta, que acabó con el analfabetismo antes que tres cuartas partes de Europa lo consiguieran, y que, a mediados del siglo XX, tenía todavía —aunque los desafueros del peronismo ya habían comenzado la tarea de zapa y demolición de su prosperidad— una vasta clase media, emprendedora, culta, y de un altísimo nivel de vida. (¿Alguien recuerda que esa Argentina rica envió harina y carne a la pobrísima España de la posguerra?). En menos de medio siglo, sin que mediara ninguna razón natural, única y exclusivamente por la incompetencia demagógica de su dirigencia política, y la ceguera y sinrazón con que enormes sectores populares apoyaron los desvaríos de aquélla —nacionalizaciones, populismo desenfrenado, intervencionismo estatal en la economía, mercantilismo y corrupción— Argentina ha conseguido la hazaña de regresar al tercermundismo del que fue uno de los primeros países en salir, y debatirse, ahora, en sus inevitables secuelas: pobreza, desempleo, crispación social, marginación, y una astronómica deuda que gravitará mucho tiempo como lastre asfixiante sobre todo plan de reforma y desarrollo. Produce vértigo comprobar que el mayor responsable de esta catástrofe histórica sin parangón, el peronismo, siga gozando en Argentina del favor popular al extremo de haber erradicado a todo otro competidor en la liza electoral en un futuro más o menos próximo. Si esto no es vocación de suicidio, no sé qué es.

¿Y cómo llamar a esa fantástica carrera en la que parece haberse lanzado el pueblo boliviano hacia su ruina y desintegración? En 1985, en su cuarta presidencia, Víctor Paz Estenssoro tuvo el coraje de llevar a cabo reformas radicales e inequívocamente modernizadoras, que salvaron a la sociedad boliviana del caos de una hiperinflación astronómica en la que los precios cambiaban tres veces al día y el valor de los salarios se escurría entre los dedos de los trabajadores apenas los cobraban. El gran sacrificio que esto significó, el pueblo boliviano lo soportó con estoicismo, apoyando las medidas modernizadoras: la privatización del sector público, los incentivos a la inversión extranjera, el apoyo a la exportación, y, en suma, la reversión de la tendencia populista, intervencionista y estatizadora, impulsada por el propio Paz Estenssoro en los años cincuenta, que hizo de Bolivia uno de los países más pobres e inestables del planeta.

Las reformas dieron resultados apreciables y la economía boliviana comenzó a crecer, a atraer capitales extranjeros, y su vida política a estabilizarse, por primera vez en una historia en la que nunca antes un presidente elegido democráticamente había podido terminar su mandato. Había elecciones libres y alternancia en el poder. La política económica se mantenía y muchos países latinoamericanos empezaron a mirar con envidia y admiración al país del Altiplano. Entonces, los dioses, o tal vez el diablo, decidieron premiar la sensatez de los bolivianos haciéndoles descubrir en su subsuelo vastísimos yacimientos de gas y de petróleo. Fue la catástrofe. La aparición de esa riqueza, que en cualquier sociedad normal sólo hubiera provocado alborozo y alentado la voluntad de progreso nacional, en Bolivia tuvo un efecto cataclísmico: la antigua demagogia populista resucitó, ganó las calles, y, capitaneada por supuestos líderes “indígenas” como Evo Morales (del Movimiento al Socialismo) y Felipe Quispe (Movimiento Indigenista Pachakuti), desencadenó una crisis que ya tumbó al presidente Sánchez de Lozada y amenaza ahora con tumbar a quien lo sucedió, el presidente Carlos Mesa, y sumir al país, además de la parálisis económica en que ya se encuentra, en la anarquía, una guerra civil o un golpe de Estado y precipitar acaso el desmembramiento territorial de Santa Cruz, la región más afluente y más moderna de Bolivia. ¿Cómo calificar a todo este proceso si no llamándolo locura colectiva, peste de estupidez?

Es una ingenuidad de europeos amantes del exotismo creerse aquello de que el dirigente de los cocaleros bolivianos y el gran hacedor del desbarajuste en que se halla su país, Evo Morales, es un “indígena” luchando por mejorar la suerte de su comunidad étnica. En verdad, es un criollo lenguaraz, vivo como una ardilla, y que no se propone resucitar el Imperio de los Incas, ni el Tiwanaku, sino seguir las huellas de sus maestros, amigos y mentores, Fidel Castro y Hugo Chávez (este último es, además, el financista del MAS), capturando el poder absoluto e instalando en Bolivia una dictadura marxista. No es imposible que lo consiga, por la vía democrática de las urnas. En las últimas elecciones salió segundo, a muy poca distancia del vencedor, y ahora domina las calles, apoyado por sectores campesinos y mineros y por la COB, la Central Obrera Boliviana. Su popularidad sólo es explicable por aquella pulsión de muerte que, según Freud, se disputa en el légamo de la personalidad humana con la erótica la orientación de la vida y va trazando, desde el inconsciente, el destino del individuo. Evo Morales ha conseguido paralizar dos intentos de dar una Ley de Hidrocarburos que permita a Bolivia beneficiarse de los yacimientos de gas y de petróleo y quemar etapas en el desarrollo, creando puestos de trabajo y elevando los niveles de vida de los sectores desfavorecidos. Y ha declarado, sin empacho, que es preferible que estas riquezas permanezcan en el subsuelo en vez de servir para enriquecer a “las compañías capitalistas y al imperialismo”. O sea, ya sabe el pueblo boliviano lo que le espera si el popular Evo Morales toma el poder.

Ante este riesgo, hay irresponsables que creen que el mal menor es llamar a los cuarteles y entregar el gobierno a un Pinochet. Es decir, apagar el incendio echando chorros de alcohol y querosén a las llamas. Si los cuartelazos y los caudillos militares resolvieran los problemas, Bolivia sería Suiza o Suecia, no Bolivia. Porque en sus doscientos años de historia republicana ha tenido más golpes de Estado y más dictadores militares que todos los otros países de la Tierra. En verdad, a ello se deben en gran medida su postración, sus desigualdades abismales, su atraso. Una dictadura no es jamás la solución.

Hay que aceptar la democracia con todas sus consecuencias. Hoy en día, el país más aislado sabe perfectamente, examinando su pasado o el presente de muchos de sus vecinos, lo que significa acabar con el estado de derecho, y entregar el poder a un Fidel Castro, a un Fujimori, a un Hugo Chávez, a un Somoza, a un Trujillo, a un Papa Doc. Si, a pesar de ello, teniendo la oportunidad de escoger, elige suicidarse, yo creo que su vocación tanática, masoquista, debe ser respetada. Que experimente en carne propia las secuelas de su libre decisión. Tal vez así aprenda, reaccione, cambie. Afortunadamente, la historia moderna está llena de ejemplos de sociedades que, rendidas ante la fascinación de un dictador —Hitler, Mussolini, Franco, Salazar, Pinochet—, después de pasar por el horror, han aprovechado la lección y son hoy sociedades donde la democracia parece irreversible. O, tal vez, no, y prefiera perseverar en el error. Allá ella.

Falta de Tiempo

Como habran visto, ultimamente en vez de poner comentarios propios he estando insertando notas de otras personas que he visto en periodicos o en otros sitios. Bueno esto se ha debido a que he tenido mucho trabajo esta semana y la verdad parece que no va a bajar en buen tiempo. De todas maneras no dejo de navegar por la red y recolectando artículos que me parecen muy interesantes. Cuando encuentre algo que valga la pena lo voy a poner directamente aquí. Otra cosita más, no se olviden de visitar www.flickr.com/photos/alvaromendez que es mi album de fotos on line, espero les guste mucho.

domingo, junio 12, 2005

Máscara vs. Careta



El estreno de Batman inicia desempolva un enfrentamiento de la cultura pop aun más fervoroso que el de los Beatles versus los Rolling Stones: el del psicópata millonario que se disfraza de murciélago versus el extraterrestre de acero que se viste de nabo. A continuación, historial y resultado de esa pelea.


Por Rodrigo Fresán
UNO
No acabamos de digerir el espanto y la culpa de ese iniciático y terrible interrogante al que somos sometidos a una edad tan temprana (¿A quién querés más: a mamá o a papá? con la inevitable interferencia del factor abuelos); cuando, casi enseguida, nos vemos enfrentados a algo todavía mucho peor: ¿Batman o Superman? La respuesta a este dilema no tiene la sutil elegancia de preguntas que llegarán más adelante cuyas opciones pueden cambiar según el ánimo o la oportunidad (¿On the rocks o sin hielo? ¿Cuál es tu Beatle favorito? ¿Rubias o morenas?), sino todo lo contrario: exige una elección firme y que se mantendrá inamovible hasta el último de nuestros días. Y esa elección –si somos personas de bien, si nos consideramos animales inteligentes– sólo puede ser una: Batman.
DOS
Para empezar, Superman –creado en 1938 por la dupla del guionista Jerry Siegel y el dibujante Joe Shuster– no es uno de los nuestros, no es uno de nosotros. Superman es un inmigrante ilegal: un extraterrestre enviado en cohetín a la Tierra por su progenitor, Jor-El, en vísperas de la destrucción del planeta Kriptón. El que Jor-El lo haya enviado a un lugar tan problemático y constantemente cataclísmico como éste, pudiendo haberlo despachado a galaxias más felices e inteligentes, dice a las claras que era un pésimo padre o alguien con un sentido del humor un tanto perverso.
TRES
Los múltiples superpoderes de Superman –héroe que es la versión con esteroides de una de esas navajas suizas con miles de funciones que, a la hora de la verdad, no sirven para gran cosa– no son otra cosa que la resultante de las condiciones atmosféricas de nuestro mundo en combinación con su biología alien. Es decir: lo suyo no tiene mérito alguno. Y el que sólo sea vulnerable a las múltiples variedades de kriptonita (restos rocosos de su lugar de origen que llegaron a nuestros mares y montañas y ciudades en forma de meteoritos de diverso tamaño) no hace más que poner en evidencia que Superman no es alguien tan sano y equilibrado como nos quiere hacer creer si un pedazo de patria lo pone tan pero tan mal. Es más: Freud se hubiera hecho una fiesta con este muchacho.
CUATRO
Batman, en cambio, es 100 por ciento humano y es un verdadero selfmade man que suplanta los superpoderes reflejos y automáticos por gadgets, pura astucia humana y, claro, dinero heredado a muy temprana edad. Creado en 1939 para competir con Superman por el dibujante Bob Kane y el guionista Bill Finger, Batman –el lado oscuro del magnate Bruce Wayne– se reconoce desde el principio como un perfecto y feliz psicópata. Lo suyo –una sed de venganza del tipo montecristiana– está justificado por haber sido testigo del asesinato de sus padres durante su infancia y nunca me quedó claro qué hacía una pareja de adinerados con niño paseando por una calle oscura, cerca de la medianoche y, si mal no recuerdo, a la salida de un cine. Traumático, sí, pero mejor eso que –el caso de Superman– acabar siendo adoptado por un par de granjeros, los Kent, tan buenos que parecen escapados de un manicomio. Y, para los verdaderamente masoquistas, ahí está esa pésima serie de televisión con acné titulada Smallville donde lo único interesante es el personaje del juvenil Lex Luthor, millonario adolescente quien, seguramente, estudió en el mismo colegio primario que Bruce Wayne. Una escuela en la que sólo pueden apuntarse potentados con serios problemas de personalidad. O de alopecia.
CINCO
Y está el definitivo y definidor asunto de los trajes, de los uniformes. Seamos sinceros, el traje de Superman no es más que un pijama patriotero; mientras que el de Batman –concebido por Wayne una noche enque un murciélago se coló por una de las ventanas de su mansión– es formidable y hace todavía más interesante a su portador. Porque hay que estar muy loco para –viviendo hundido hasta las cejas en millones de dólares– tener el perturbador hobby de ponerte semejante indumentaria para salir a perseguir gangsters y no súper-villanos (de esta faceta más dark y noir, parece, se ocupa Batman Begins, dirigida por Cristopher “Memento” Nolan). Superman, mientras tanto, se la pasa posando, siempre que puede, con brazos en jarra frente a la bandera norteamericana. En este sentido, queda claro que Superman es casi un servidor público, un empleado más del gobierno de EE.UU. Batman, en cambio, es un entrepreneur del sector privado. Superman es un insider y Batman es un outsider. Superman es La Ley y Batman es un Fuera de la Ley. Frank Miller vio bien clara estas polaridades opuestas e irreconciliables y enfrentó al Murciélago con el Kriptoniano en la magistral graphic-novel de mediados de los ‘90 titulada The Dark Knight Returns. Allí, uno y otro se baten en duelo a muerte. Y, claro, Batman pierde porque Batman no tiene súper-poderes. Pero, aún así, Batman gana.
SEIS
Y siempre serán mejores las gárgolas de Gotham City que los impersonales rascacielos de Metrópolis. Y la Baticueva queda mucho más cerca del centro que la ártica Fortaleza de la Soledad. Es decir: Batman siempre tiene mejor dirección de arte (gracias por todo, Tim Burton; en especial por Batman Returns) y hasta cuando hace el ridículo –la formidable serie televisiva pop-kitsch de 1966 o las fantasías pseudo-gays de Joel Schumacher– suele resultar perversamente interesante. Ya saben: Kapow! Crash!, Burguess Meredith como El Pingüino y César Romero como The Joker; y, bueno, ese hule negro más S&M que justiciero. Y –last but not least– la música de Batman: esa obra maestra del a go-gó firmada por Neal Hefti para la serie de TV o las febriles partituras góticas de Danny Elfman. El soundtrack de John Williams para Superman es, en cambio, lo mismo de siempre, lo de antes: música para marines que no tienen la menor idea de en lo que se están metiendo.
SIETE
No hay redención posible, en cambio, para el serial The Adventures of Superman (1956) o para las inocuas cuatro películas –la segunda parte, de Richard Lester, fue la mejor– protagonizadas por el Hombre de Acero entre 1978 y 1987. Además, hacer de Superman da mala suerte: George Reeves se suicidó y Christopher Reeve se cayó del caballo para subirse a la silla de ruedas y –humor negro oscuro– acabó siendo igualito a Lex Luthor. Buena suerte a Bryan “X-Men” Singer, quien se ha empeñado en hacerse cargo de la nueva versión. Y (los rumores apuntan a Nicolas Cage) que se cuide mucho el actor protagonista. Ya lo dice el dicho: el hábito no hace al monje. Ni al Superman.
OCHO
Y seamos sinceros: entre Luisa Lane y Gatúbela, ¿con quién se quedarían ustedes?
NUEVE
Pero –ahora en serio– el verdadero problema es otro. Superman no usa disfraz. Batman sí. Superman se nos presenta a cara limpia e -invirtiendo la lógica del sistema del súper-héroe– su “personalidad secreta” es el torpe periodista Clark Kent. Bruce Wayne, por su parte, es un tipo definitivamente cool que se esconde –como le corresponde a todo súper-héroe– detrás de la máscara de rigor. Y he aquí lo ofensivo: Superman es como es y se “convierte” en el terrestre Clark Kent –le basta, apenas, un par de anteojos y peinarse ese mechón rebelde sobre su frente blindada– porque es así como nos ve a nosotros: torpes, cobardes, buenos para nada. Superman nos insulta e insulta la inteligencia de los humanos que –con la excepción de la histérica y siempre sospechosa peronada eficiente Luisa Lane– ya llevan casi setenta años incapacitados para descubrir lo obvio: ¡Clark Kent es exactamente igual que Superman si Superman usara anteojos! Bruce Wayne, en cambio, desaparece para que aparezca Batman detrás del rostro de un quiróptero de hábitos nocturnos que pasa el día colgado cabeza abajo. Y todos felices.
DIEZ
Y, de acuerdo, sí, bueno, tienen razón: está el conflictivo tema de Robin. Pero no hablemos de Robin. Robin murió. Lo mataron los malos. Y los lectores que votaron para que desapareciera para siempre. Y Batman lloró un poco. Pero se repuso enseguida porque llegaron nuevos Robins. Y le pidió a Alfred –tanto más interesante que Jimmy Olsen– que le pusiera a punto el Batimóvil. Y agregó: “Hoy a la noche salgo... Y vuelvo tarde”.

lunes, junio 06, 2005

My Nerd Score

Pense que iba a sacar más en este test, que pena!!!

I am nerdier than 74% of all people. Are you nerdier? Click here to find out!

viernes, junio 03, 2005

Ispin

Mucho tiempo estuve probando una serie de Launcher, incluso desde mi añorada Handspring Visor, pero ninguno me convencía, hasta que días atrás encontre Ispin, que es el que estoy usando actualmente. Me gusta mucho porque te da la apariencia de que estuvieras en tu Pc ya que emula de alguna manera al Windows XP y tiene una función para gestionar archivos. Si tienes una Palm que tenga Palm O.S. v. 5 en adelante, prueba utilizando este launcher, verás que no te arrepentiras. Ah, me olvidaba, es gratuito y tiene varios skins que puedes intercalar.

jueves, junio 02, 2005

Pobre Pais

Se que puede sonar muy cliché, pero me da mucha tristeza todo lo que está pasando en nuestro país. Acabo de ver el mensaje del presidente, en el que a través de un corto comunicado convoca a la eleccion de Constituyentes y el Referendum Autonomico. Cuesta creer que nos estemos acercando tanto al abismo, si es que no hemos caído ya. Les dejo una nota que encontre en el blog de Miguel Esquirol, un cochala radicado en Barcelona y a quien conoci hace un par de años.

- y La Paz quedó aislada del mundo


En la marcha más multitudinaria de los últimos días,
miles de mineros, campesinos, maestros, comerciantes,
obreros y desocupados hicieron colapsar ayer esta capital,
y La Paz quedó aislada del mundo.
El clarín


Querida:

No se si lograré enviarte esta carta. Me han dicho que por los Andes hay un grupo que ha descubierto una ruta de salida hacia Chile, que como un goteo logran salir. Intentaré enviarte con alguno de ellos mis novedades. Quiero que sepas que estoy vivo y aunque muy delgado creo que hemos dado con una precaria forma de estabilidad.

¿Cuanto tiempo dura el bloqueo?. La verdad ya no estoy seguro, han pasado demasiados meses. Ha pasado tanto tiempo que lo que al principio era un cerco humano de presión al rededor de la ciudad se ha convertido en una pequeña ciudadela estable. Nos han olvidado aquí adentro, las trincheras y las minas hacen que sea imposible salir y el muro de silencio que han creado nos ha hecho desaparecer. No tengo la menor idea lo que dirá la prensa internacional, pero seguramente nada bueno.

Al principio fue muy difícil. Sufrimos primero por la falta de comida. Muchos murieron en ese tiempo, cada amanecer aparecían cadáveres congelados. Con mucho esfuerzo y trabajo logramos sobrevivir. Ahora tenemos cultivos de maíz y papa y manadas de llamas que cuidamos con celo son nuestro único sustento. Ahora casi todos somos campesinos y hemos aprendido a sobrevivir en el frío del altiplano. Tenemos la piel cortada por el frío, las manos callosas, la espalda adolorida por todos los días luchando con la dura tierra. Los pocos campesinos originarios que no salieron a bloquear la ciudad nos han enseñado sus métodos de cultivo, ellos ya no pueden irse de todas maneras. Hemos tenido que aprender todo de nuevo como si fuéramos niños, pero ellos han sido muy pacientes.

Lo siguiente en acabarse fue la gasolina, las pocas bombas fueron saqueadas las primeras semanas; algún depósito fue defendido más tiempo por un minúsculo ejército que vendía cada litro por cifras increíbles. Pero incluso esos depósitos se terminaron. Los coches ahora son trastos inútiles, algunas personas los adaptaron para que las llamas tiren de ellos, al menos tienen puertas y ventanas para combatir el viento. También nos cortaron la electricidad que llegaba desde el norte. Hicieron volar un par de torres y todo el subministro desapareció en una sola noche. La noche más oscura que pueda recordar. Hubo caos y terror. Tu tío murió aquella noche intentando defender su librería, sus pocos libros siguen siendo mi tesoro, los transporté durante muchas noches a mi actual hogar y me han hecho mucho bien.

A ratos me parece que volvimos a la época de las cavernas, retrocedimos en el tiempo, pero vivimos entre ruinas de casas, fábricas y carreteras asfaltadas. Los más altos edificios se vaciaron los primeros días sin electricidad ni calefacción convertidos en esqueletos de gigantes. Después de las zonas altas y que fueron las más ricas comenzó una peregrinación hacia regiones con sembradíos y ríos, los rostros de esos hombres y mujeres revelaban el grado de terror que habían sufrido, muchos de ellos estaban moralmente destrozados, eran zombies sin volutnad. Pero tenían que vivir cerca de la fuente de alimento por lo que fueron a pedir ayuda, les dieron picos y les enseñaron como quitar las piedras y las pajabravas para preparar un terreno. Lo que un día fue la impactante capital del gobierno, aquella hoyada llena de vida, se había vaciado casi por completo. De noche desde la ciudad de El Alto se puede ver un pozo negro con alguna luz de fogatas o incendios.

Todavía tenemos grupos que se dedican a recorrer las casas buscando objetos valiosos para venderlos o intercambiarlos. Pero los objetos valiosos son ahora diferentes. Un pico y una pala son más valiosos que un televisor. Recipientes metálicos y de plástico más que joyas o billetes. Mantas, frazadas, ropa de lana son entre los objetos más cotizados. Las hilanderas han empezado a formar aprendices, ellas son quizás una de las fuerzas económicas más importantes de la ciudad.

Hay días que me entra la desesperación cariño mío. Si viviéramos en una región más cálida sobrevivir sería más fácil, pero el frío, la dura tierra altiplánica, las gélidas aguas que bajan de la cordillera, hacen que el día a día sea una constante lucha. Ya pasamos un invierno. En ese entonces vivíamos aun en la ciudad pero igual muchos murieron, sobre todo niños. El invierno que se acerca puede que tengamos que volver a las casas, ya han empezado a buscar aquellas de paredes de adobe que son las que mejor conservan el calor; aun no somos los suficientes hábiles todavía para construir casas propias, quizás para el invierno siguiente estemos mejor preparados. Como ves, mis esperanzas de que esto se arregle han desaparecido.

Los niños son los más fuertes, son los que mejor se han acostumbrado a su nuevo territorio, pero existen demasiados huérfanos. Sin importar de qué familia vienen, de qué color es su piel o cabello se reúnen en peligrosas pandillas. No trabajan la tierra y no tienen con qué alimentarse. Son una pequeña plaga que va arrasando la tierra por donde pasan. Tuvieron que matar a un pequeño grupo para atemorizarlos y ahora están un tanto tranquilos. Puedes ver en sus caras el miedo y el hambre. Necesitan alimentarse y nadie les ha enseñado a cultivar maíz, a pastorear llamas.

Como te dije al principio de esta carta hemos llegado a un precario equilibrio. Mientras las cosas no cambien sobreviviremos. Mientras la muralla que nos separa del mundo exterior nos deje en paz seguiremos trabajando la tierra. ¿Y qué pasó con los problemas por lo que comenzó todo esto?. Yo creo que todo el mundo los ha olvidado. Ya no se presiona al gobierno. Ya no existe un gobierno aquí dentro. En el palacio del presidente aun vive él y un grupo reducido de hombres. O creemos que lo hacen. Desde lo alto se puede ver la luz de fogatas en su patio central. Nubes de humo salen por una ventana como si alguien cocinara. Hay algunos que dicen que han destrozado el suelo de los pisos inferiores para cultivar. Lo único que se es que él nunca quiso salir, no quiso enfrentarse a su pueblo. Se ha convertido en un ermitaño. Pero por alguna razón nadie ha intentando entrar a la fuerza al palacio del gobierno. La primera semana fue defendida con rifles de asalto por los pocos militares que aun vestían uniforme, pero después todo el mundo olvidó ese edificio. Como si no existiera. Igual que nosotros para el mundo exterior.

Intenta contarme novedades del mundo exterior, qué se sabe de nosotros, qué ha pasado con el país que ha vivido esta crisis. Ahora despacho esta carta, espero que algún día estas noticias lleguen a tus manos

Con mucho cariño

Tuyo

M.

miércoles, junio 01, 2005

Viaje de Pablo


Pablo y Alvaro
Originally uploaded by Alvaro Mendez.

Nuestro amigo Pablo estuvo haciendonos su última visita anoche. Espero todo te salga bien. Muy buen viaje.