lunes, diciembre 26, 2005

Recuerdo que ya habíamos discutido este tema con mi hermano, coincidiendo que habíamos llegado al aburrimiento de ver este tipo de series, por lo que el aparecimiento de esta nota en Radar me pareció oportuno.

Veo gente muerta

Una médium que facilita la partida de los finados al más allá (“Ghost Whisperer”). Otra que impide que mueran (“Tru Calling”). Un forense que obtiene de los cadáveres las historias de sus decesos (“CSI”). El espíritu de un ama de casa que cuenta la historia de otras (“Desperate Housewives”). Un reality que conecta al espectador con los idos (“John Edwards”). ¿Por qué la televisión norteamericana decidió darles la palabra a los muertos?

Por Hugo Salas
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Patricia Arquette de Medium.

Según la denostada caja boba, que a la hora de poner al descubierto la realidad que la circunda tiene la escandalosa precisión de los supuestos idiotas, algo extraño les está ocurriendo a los hermanos americanos, y ese algo tiene que ver con la muerte. O con los muertos, mejor dicho, que en “Ghost Whisperer” (Sony, los lunes a las 20) le hablan a Jennifer Love Hewitt y en “Tru Calling” (Fox, martes a las 21) a Elisa Drushku. Despojados de todas sus plumas, los capítulos de ambas series se parecen: muerto conoce chica - muerto encomienda misión a chica - chica cumple misión. Las diferencias entre una y otra estriban en que la invariablemente angelical Hewitt está allí para liberarlos de su carga y ayudarlos a cruzar al otro lado, caminar hacia la luz y demás vicisitudes formales propias de un difunto, mientras que Drushku (de angelical, poco y nada) debe impedir, salto en el tiempo mediante, que el muerto llegue a serlo (formato que, huelga decirlo, resulta mucho más divertido que el anterior).

Lo novedoso, en realidad, no es la muerte, que ya rondaba la pantalla chica en veta desacralizada –“Dead Like Me”, de Sony, y “Six Feet Under”, HBO–, sino la obstinación por darles a los muertos la palabra (otra muerta, en off, es la narradora de “Desperate Housewives”, por ejemplo). Obstinación tan empecinada que, cuando el muerto no tiene la delicadeza de aparecerse, lleva esta necesidad de hacerlo hablar a un metafórico interrogatorio del cadáver, como ocurre en las series que juegan en el terreno de la criminología (entre las que, sin duda alguna, se destaca la amena “CSI” original).

¿Qué grandes misterios, qué secretos ocultos tendrán para comunicar los muertos que justifiquen tanto afán? Bueno, al parecer nada demasiado espectacular, ya que se parte del supuesto de que nadie quiere morirse, y por eso los muertos se dedican pura y exclusivamente a hablar de los vivos. Lo único que tienen de escalofriante sus asuntos pendientes y sus revelaciones es su alto grado de trivialidad. Así, de lunes a viernes por People & Arts, John Edwards, conductor de un talk show tan descabellado como fascinante, “Cruzando al más allá con John Edwards”, se comunica con los muertos para transmitir al público presente mensajes del tipo “descuida, ya no estoy enojada porque aquel día no me prestaste el labial”.

No se trata, es claro, de la angustia ante el enigma de la muerte que lleva a preguntarse por aquello que es radicalmente desconocido –el Hades, la noche de los tiempos–, sino de una angustia ante la realidad en su sentido más llano, a la que nadie, salvo un muerto, puede dar respuesta. El saber sigue estando del lado de la muerte, pero no se trata ya de un saber del más allá, ese lugar que es el lugar del muerto, sino de un saber de lo trivial, del más acá (paradoja que lleva a los muertos, por su parte, a comunicar todo lo que saben con palmaria claridad, lejos de la intriga y la oscuridad que caracteriza a lo oculto).

Tan poco inquietantes resultan estos muertos que difícilmente pueda llamárselos fantasmas. A diferencia de “Twin Peaks” o incluso “Los expedientes secretos X”, donde lo sobrenatural multiplicaba la oscuridad y la confusión, en la tele de hoy la muerte y lo paranormal son glosas que despejan cualquier duda (la notable “Medium”, “Supernatural” y su edulcorada antecesora, “Joan of Arcadia”), y aquello sobre lo que se expiden a lo sumo tendrá que ver con mediocres delitos privados.

Lo que tienen en común todos estos muertos no-fantasmas es que están aquí para permitir “un cierre”, como diría una psicóloga de la tarde. Vienen a calmar dudas, dirimir disputas y, sobre todo, servir de parámetro y bálsamo a todas las realidades afectivas, a todas las miserias domésticas. Basta con echar un vistazo a los personajes con los que se comunican para advertir que carecen de la sofisticación del oráculo, la dignidad delespiritista romántico o la excentricidad de Whoopi Goldberg en Ghost, siquiera. Son “gente común”, enfrentada al desconcierto de una cultura que no puede dar respuesta y a la que no le queda, por ende, más salida que dar la palabra a estos muertos lazarillos. Como demuestra el protagonista de “CSI”, las habilidades del viejo detective lógico del policial sólo pueden hoy desplegarse merced a un arsenal de conocimientos científicos y técnicos que pone al personaje, prácticamente, del lado de los muertos, los que no tienen enigma (de allí que se resalte, todo el tiempo, lo “inhumano” de Grissom). ¿Cuál es la distancia entonces entre el racionalista Sherlock Holmes y la espiritual Jennifer Love Hewitt? Ni más ni menos que la confianza en la posibilidad de encontrar una respuesta dentro del espacio de los vivos, es decir, dentro de la realidad a la que efectivamente tenemos todos acceso, a las inquietudes domésticas que paralelamente, por faltas de respuesta, ascienden al rango de lo trascendental.

martes, diciembre 20, 2005

¿Qué hacemos ahora?

Queda la pregunta en el aire, ¿Qué hacemos ahora que Evo Morales será presidente?, y la única respuesta que encuentro es la siguiente: esperar y confiar.  Ya que nuestra posición siempre ha sido de defender el estado de derecho y la democracia (esperemos que ahora Evo Morales la respete también), tenemos que esperar a que el nuevo gobierno forme su gabinete y empiece a gobernar dándole paz a todos los bolivianos.  También tenemos que confiar que el MAS tenga la suficiente cordura económica para no estrellarse contra un sistema vigente (libre mercado) que está vigente en todo el mundo (incluso en los países amigos de Evo Morales), ojalá sepa mantener una política monetaria y fiscal prudente, que el déficit fiscal no se dispare por nuevas políticas sociales.  Es muy fácil prometer de todo en campaña, pero en gobierno hay que tener el coraje y temple necesario para hacer lo correcto y no siempre lo popular.

lunes, diciembre 19, 2005

La mayoría no apoya a Evo

Si bien es cierto que Evo Morales ha obtenido el 51% de los votos de Bolivia, este voto está totalmente concentrado en la región occidental del país, ya que en toda la media luna (Santa Cruz, Beni, Tarija y Pando) la gente optó en una mayoría absoluta por la opción de Podemos. Por eso nos queda la pregunta, ¿qué es toda Bolivia?, toda la población aunque esté fuertemente concentrada, o cada uno de sus departamentos?. Recordemos que el MAS sólo obtuvo 2 prefecturas de las 9, y donde Podemos salió primero el MA no necesariamente salió segundo. Incluso podemos alargar más la pregunta al plantear que la región que actualmente aporta más del 30% del PIB (o sea la que pone plata) no está con Evo Morales, y que la región de donde vendrán buena parte de nuestros ingresos futuros (Tarija), tampoco está con el MAS, entonces quién pesa más?. De todas maneras, esto es una democracia y hay que respectar las reglas del juego (algo que Evo no suele hacer). Por mi parte voy a respetar el resultado del MAS pero nunca voy a estar de acuerdo con la presidencia de Evo, y este blog será siempre un bastión de resistencia en ese sentido.

domingo, diciembre 18, 2005

Más resultados

Hasta el momento el MAS tendría 65 diputados, PODEMOS 45, UN 10 y el resto de divide entre los otros partidos, además que la composición en el Senado es Podemos con 13 senadores, el MAS con 12, MNR 1 senador y queda 1 senador todavía por adjudicar. Todo esto significa que si el MAS gana con el 51% o no, igual no tendrá mayoría en el congreso, y para llevar a cabo cualquier reforma tendrá que acordar con Podemos ya que se necesitan 2 tercios.
La Paz y su irresponsabilidad

Era sabido por todos los bolivianos que Evo Morales iba a encontrar un fácil triunfo en la ciudad de El Alto, cuna de todos los movimientos que bloquearon y sitiaron este país. Pero lo que, personalmente, me sorprende es la actitud que tomaron los ciudadanos de La Paz. Mostrando un alto grado de convicción, le dieron su voto en un 60% (o más) a Evo Morales sin importarles que él ha sido la persona que encabezaba todos los bloqueos que afectaron por semanas a La Paz, dejándola sin combustibles, alimentos, agua, etc. La sensación general en esta ciudad era que se tenía que votar por Evo Morales para que de una vez el aprenda lo que es estar en Gobierno y sepa las consecuencias de sus actos. Esto, este pensamiento, me parece el mayor de los actos de irresponsabilidad ciudadana que he visto en mucho tiempo, porque han tomado una decisión sin importales que su decisión no solo los afectaba a ellos, sino a todo un país. Es como, para dar un ejemplo, darle un bus a un muchacho para que de una vez lo maneje y los estrelle y al fin deje de molestar, lo cual es muy malo ya que no ponen a pensar que ese bus no va solo, sino que habemos muchos bolivianos que no queremos arriesgarnos a ver como puede ser un gobierno de Evo Morales. De todas maneras, hay que respetar las reglas de la democracia y aceptar que Evo será presidente, aunque nunca me sentiré contecto de ello.
Datos actualizados

Los primeros datos de las diferentes Cortes Electorales Departamentales le dan un 49% de votación a Evor Morales y un 31% a Tuto Quiroga, con esto se consolidado el triunfo de Evo.
Evo Primero, Tuto Segundo

Dos encuentas en boca de urna de la cadenas Usted Elige y La Hora Clave le están dando la victoria con un 45% a Evo Morales contra un 33% de Tuto Quiroga. Aunque falta todavía la conformación del número de diputados y senadores (donde esta diferencia seguramente será menor debido al sistema de elección de diputados plurinominales y uninominales) todo para indicar que la victoria en términos generales será de Evo Morales, apoyado sobre todo por sus contundentes triungos en Cochabamba y La Paz, una pena por esta última ciudad quién será la única culpable de todos los males que les pueda traer un Gobierno de Morales (bloqueos, sitiajes), ya que no aprendió la lección y le dió sus votos a quién más la perjudicó. La gran sorpresa ha sido que en Santa Cruz se consolidó la victoria de Podemos, pero Unidad Nacional cedió su segundo lugar a el MAS por lo que se caen los sueños de ser Senador al Sr. Roberto Fernández (el mediocre alcalde anterior). Como les dije falta mirar la distribución de diputados (en el Senado está sacando mayoría Podemos), pero Evo Morales es practicamente el presidente cantado. La única esperanza que tenemos los cruceños es que el Sr. Rubén Costas, quién ganó con mucha comodidad la elección de Prefectos, sepa defender a ultranza los intereses de esta región, que seguramente se verán afectados por un gobierno de Morales.
Primeros resultados

Estos son los primeros resultados difundidos por la Red Unitel:

Evo Morales 45%

Turo Quiroga 33%

Que pena.
Faltan 15 minutos

Solo faltan 15 minutos y la Red Unitel anuncia que habrá una gran sorpresa, ya que saben quien ha ganado la elección de forma preliminar. Los mantendremos al tanto.
Falta poco

Faltan escasos 45 minutos para que sepamos los primeros resultados de estas elecciones (resultados parciales). Ya han comenzado a llegar las primeras anforas electorales a las respectivas cortes de cada departamento, y las cadenas de televisión están afinando los números para presentar los resultados de las encuestas en boca de urna. ¿Cuál será el resultado? ojalá pronto lo sepamos. Lo único casi seguro es que en Santa Cruz el ganador será Rubén Costas (tenía más del 50% de apoyo en las encuestas) y posiblemente Jose Luis Paredes en La Paz. Ninguno de los posibles candidatos ganadores a prefectos en los 9 departamentos responde a la línea de Evo Morales, es más, posiblemente PODEMOS (Turo Quiroga) saque entre 5 a 6 prefectos.
Bloggeando en vivo desde las Elecciones Generales 2005

Aquí estamos escribiendo desde Santa Cruz, Bolivia, donde está transcurriendo las Elecciones Generales 2005, para Presidente y Prefectos (Gobernadores). Hasta donde he visto parece que vamos a tener una buena cantidad de votantes. En el recinto donde me toco votar se veían largas colas con la gente esperando pacientemente para votar, aunque algunos vocales del mas estaban tratando de impedir el voto de una persona porque esta se presento con su Libreta Militar en lugar de su CI, seguramente pensaban que el voto iba a ser para Podemos , porque no le encuentro otra explicación. De todas maneras, me gustó mucho la presencia de observadores de la OEA, lo que le da más transparencia a este proceso. Espero, y lo digo abiertamente, que gane Tuto Quiroga, porque creo que tiene la capacidad necesaria para gobernarnos. Hasta el momento solo se ha informado del cierre de una mesa electoral en la prisión para mujeres en La Paz, donde ganó Evo Morales. A las 18:00 se sabrán los resultados de las encuestas en boca de urna y de las primeras mesas electorales que hayan cerrados. Trataré de manter toda la información actualizada, ya que en el transcurso de la tarde no hay mucho movimiento en la televisión (se la dedican a pasar películas).

sábado, diciembre 17, 2005

Porque no quiero que Evo Morales sea Presidente

Siempre he creído que todo ciudadano tiene derecho a ser presidente, pero que no cualquiera puede ser presidente. Existe una gran diferencia entre el primer y segundo concepto. Yo, por ejemplo, tengo derecho a postularme para dictar alguna cátedra universitaria, pero no puedo ganar el puesto si es que primero no tengo un Diplomado en Educación Superior, aparte del análisis que puedan hacer de mi CV profesional. Pasa lo mismo con el derecho a ser presidente. Cualquiera puede aspirar a querer ser presidente de Bolivia, pero primero tiene que cumplir 35 años (asumo que por un tema de madurez) y recién postularse. Y es ahí donde entra mi observación, considero que Evo Morales no tiene las cualidades intelectuales o formación académica necesaria para aspirar a ser Presidente. No cualquiera puede ser presidente de un país, por más buenas intenciones que tenga, o por más asesores que pueda conseguirse, no, me niego a aceptarlo. Un presidente tiene que ser alguien diferente, alguien que pueda aportar y que tenga capacidad de análisis y visión pragmática del país. Todo esto, sin importar si es blanco, indio, cholo, negro, etc. (Víctor Hugo Cárdenas, un vicepresidente pasado, es un tipo al que admiro mucho). Considero que Evo Morales está muy lejos de estar a la altura del perfil que se necesita para ser presidente, no me importa su origen, ni su color de piel (yo soy igual de moreno), pero si me importa que no está formado intelectualmente, y eso no lo puedo aceptar.

jueves, diciembre 15, 2005

Bolpress, o, !Todo el mundo está contra nosotros!

Una de las cosas que más me divierte de leer los diferentes medios de comunicación bolivianos en la red es precisamente www.bolpress.com y no porque me sienta atraído por su contenido sino porque no me puedo contener la risa al leer los artículos de sus columnistas, en los cuales nos hacen sentir que todo el mundo está confabulando contra Evo Morales y los mal llamados "movimientos sociales". Para dar un ejemplo, el día de ayer mencionaron que el paro que iban a realizar los pilotos del LAB está orquestado por el MNR y capitales chilenos, con el objetivo de entorporcer el desarrollo de la elecciones generales. Esto puede interpretarse únicamente como paranoia completa. Podría seguir con la lista de todas la conspiraciones habidas y por haber que Bolpress menciona, pero prefiero que los lectores lo verifiquen por sí mismo.

Este cuasi brazo virtual del MAS tiene algo a favor, esta siempre actualizado en cuanto a las noticias, aunque no las publique con un perfil independiente, pero bueno todos tenemos derecho de ser partidarios de algo. Así que la próxima vez que sientan que todo está tranquilo, y que este mundo puede ser bueno, piensen en Bolpress y acuérdense que "algún neoliberal capitalista debe estar conspirando contra los movimientos sociales y pueblos originarios".

domingo, diciembre 11, 2005

Crónica de un niño mal acompañado

Después de El pianista, deseoso de filmar una película para todo público, empujado por su mujer a volver a ese libro que tanto lo fascina y –psicoanálisis mediante– exorcizar su infancia callejera en la Polonia de la Segunda Guerra, Roman Polanski se embarcó en la filmación de la novela más polémica (y más adaptada a la pantalla) de Charles Dickens: Oliver Twist. El resultado, sin embargo, parece ser una película tan hambreada y escuálida como su protagonista. Por eso, Rodrigo Fresán prefiere hacer memoria, recordar otras adaptaciones y volver a la gestación de esa novela de niño solo a la que tanto se le debe todavía hoy.

Por Rodrigo Fresán
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La misma escena en la película de Polanski y en la ilustración original de Cruishank: Oliver Twist pide “un poco más” de comida en el orfanato. En la novela, detona la expulsión del purrete y el comienzo de las aventuras. En la vida de Dickens, la escena es la primera de una serie de “denuncias” que incluirá en su obra sobre la miserable realidad del imperio británico.

A Oliver Twist –sufrido héroe de Charles Dickens– se lo ama o se lo odia. Incluso los dickensianos más fervorosos suelen dividirse a la hora de abrazarlo y cubrirlo con una manta o de sacarlo a patadas de la biblioteca a la calle. Y es que el Gran Niño de Dickens –porque es uno de los pocos personajes del autor que no llegamos a ver crecidos; su contraparte femenina sería la tan llorada muertita Nell de La vieja tienda de curiosidades– no ha dejado de encantar o asquear a los lectores y críticos desde su misma publicación. Tal vez de ahí –quizás intentando solucionar el enigma en la gran pantalla– sea la criatura de Dickens que más veces ha ido al cine. Tal vez por eso se siguen filmando versiones de este personaje al que un crítico definió, acaso acertadamente, como “un monstruo de virtud” y que para un Graham Greene niño significó “comprender la simple explicación de nuestra lucha y de nuestras vidas, sabernos siempre acunados por la música de la desesperación, y habitantes de un mundo creado por Satán y no por Dios”.

UNO Lo que nos lleva al siguiente misterio: por qué alguien como Roman Polanski se metió en todo esto. Una respuesta fácil sería que se trata de un noble encargo, pero encargo al fin. Lo que se descarta de inmediato porque ha sido el mismo director de cine quien recientemente explicó que, después de El pianista, “tenía ganas de hacer una película para todo público; una para mis hijos”, y que “fue mi mujer quien me recordó mi fascinación con el libro”. Polanski también aclaró que, en principio, la idea no le atrajo porque ya existían –entre más de veinte adaptaciones, dieciocho de ellas mudas– las versiones muy exitosas y más que aceptables de Sol Lesser en 1922 (con Jackie “El Pibe” Coogan como Oliver y Lon Chaney como Fagin) y de David Lean (de 1948), la musical Oliver! de Carol Reed (1968), así como la última, televisiva y de 1997, con Elijah “Frodo” Wood y Richard Dreyfuss (y, ahora que lo pienso, tal vez el formato ideal de Dickens no sea el largometraje sino la miniserie, mucho más cercana en intenciones y logros a la novela por entregas en la que Dickens gobernó con puño de hierro y guante de seda, y no ha sido jamás depuesto o superado). Pero aun así, Polanski no se pudo sacar la idea de la cabeza y lo entendió como un desafío y –respuesta acaso psicoanalítica– un deseo de revivir y exorcizar, sublimando su desnutrida y callejera infancia en la Polonia de la Segunda Guerra Mundial. De ser así, la pregunta sería: ¿por qué no filmó El pájaro pintado de su compatriota y amigo Jerzy Kosinski?

DOS Porque hay que decirlo: el Oliver Twist de Roman Polanski aporta poco y nada a las versiones previas. Y para lo único que sirve es para reavivar la memoria de una novela imperfecta pero, al mismo tiempo, fundante, ya que se la suele señalar como la primera novela inglesa con un niño por protagonista.

Entre los pros de la película está la perfecta reconstrucción de Londres (en los cada vez más solicitados y concurridos estudios de la ciudad de Praga), ofreciéndonos esa metrópoli tan dickensiana y tan inmediatamente reconocible y querida y frecuentada como en su beatlesca versión swinging sixties. Está la audacia –sobre todo, tratándose de Polanski y de su fama– de ese dúo de prostitutas aquí apenas adolescentes. Y está la tantas veces comentada escena final –ausente en encarnaciones anteriores porque, luego de la muerte de Sykes, resulta un tanto anticlimática en lo visual– en la que Oliver visita a Fagin en la cárcel antes de que sea ahorcado. También hay en ella un cine tan académico, una forma de plantar los planos tan correcta como rígida –Polanski parece ilustrar más que filmar, como si quisiera grabar con la cámara los insuperables dibujos que hizo George Cruishank para la edición original de la novela– que hasta puede ser confundido con lo clásico.

Los contras son más numerosos. El pequeño e inexpresivo actor Barney Clark sólo se la pasa desmayándose y recuerda a aquel otro gran error de casting que fue el del joven Christian Bale para El imperio del sol. Clark no tiene ninguna chance contra el megaquerubínico Mark Lester (¿qué habrá sido de este chico?) o los ojos gigantes de Elijah Wood. El Fagin de Ben Kingsley es todavía más antisemíticamente exagerado que el de Alec Guinness (censurado en su momento en EE.UU.), pero no tiene nada de su gracia. Y lo peor de todo se lo llevan Jamie Foreman y Harry Eden; porque jamás habrá un Bill Sykes que supere al de Oliver Reed o un Jack “The Artful Dodger” Dawkins que le gane al de Jack Wild (¿y dónde está hoy este otro chico? Y lo más importante de todo: ¿dónde está la chica de Melody?). Y, para finalizar, Polanski decidió podar buena parte del argumento y los secundarios –aunque es de celebrar la eliminación de esa última y tan inverosímil y casi austeriana revelación en cuanto a la identidad de la madre de Oliver–, ofreciendo una versión tan correcta como desangelada y fría y en los huesos. Una película tan desnutrida y hambreada como su héroe.

TRES Aun así, una nueva venida de Oliver Twist sirve para repasar cuestiones interesantes no desde el punto de vista cinematográfico, pero sí desde el literario.

Oliver Twist –luego de la popularidad que le dieron sus Sketches y la gloria casi mundial conseguida con Los papeles póstumos del Club Pickwick, firmados bajo el seudónimo de Boz– es considerada la segunda novela de Charles Dickens aunque, en sus primeros tramos, fuera escrita en simultáneo con las últimas entregas de Pickwick. Oliver Twist, or The Parish Boy’s Progress es la primera en la que su autor se identifica como Charles Dickens, y es la primera de las muchas de sus obras con nombre y apellido en el título. Oliver Twist –publicada en veinticuatro entregas en la revista Bentley’s Miscellany entre febrero de 1837 y abril de 1839– tiene además la radical importancia no sólo de ser algo tan oscuro y criminal y tan diferente al luminoso y amable hombre de negocios retirado Samuel Pickwick sino que, además, Dickens crea aquí a su primer huerfanito, su primera gran llegada a Londres con zapatos en ruinas, a sus primeros grandes villanos, y la inaugural de las muchas revisiones metaficcionales, conscientes o inconscientes, de su propia y sufrida infancia. Oliver Twist es también su novela de literal y literario aprendizaje, ya que en ella se aleja por primera vez del formato de “bosquejos” o de episodios sueltos apenas unidos para intentar y conseguir un folletín de esos que obligan a seguir la acción entrega a entrega. Y, por último, Oliver Twist es la primera de sus creaciones que se ocupa y critica apenas indirectamente –en este caso la recién redactada Nueva Ley de Pobres– el estado de las cosas del Imperio: el célebre “Please, Sir... I want some more” del hambriento Oliver en el comedor del hospicio es una alusión clara a las exiguas raciones con las que el Estado alimentaba a sus parias y, a partir de entonces, convirtió a Dickens y a sus personajes en presencia y cita frecuente en las páginas de actualidad política y en los editoriales de los más prestigiosos periódicos.

La creación de Oliver Twist también coincide con el comienzo de una vida acomodada, la mudanza a la casa de Doughty Street, el nacimiento del primero de los diez hijos del escritor y con la llegada al hogar de Dickens de Mary Hogarth –adorable y adorada hermana de Catherine Hogarth, esposa del escritor–, quien moriría por un fulminante ataque cardíaco a los diecisiete años. Su inesperado deceso produjo en Dickens un shock del que jamás se repuso del todo, llegando a conservar los vestidos de la difunta, sacarlos de los armarios para mirarlos y, a lo largo de los años,insistir en que su deseo era ser enterrado en la tumba de esta joven, a quien definía “solemnemente, como la criatura más perfecta que jamás haya respirado en este mundo”. Peter Ackroyd –biógrafo definitivo del genio, ver su monumental Dickens de 1990– le atribuye a este sismo funeral una de las raras oportunidades en las que el escritor no respetó el deadline del siguiente capítulo, así como el brusco cambio de rumbo, humor e iluminación de la novela. Para cuando Dickens volvió a su escritorio, lo que había empezado como sátira y denuncia había mutado a tragedia íntima y poblada por sombras. Este “nuevo” Dickens más dark fascinó a sus seguidores y –sin esperar que el autor llegara a la última página– Oliver Twist ya se pirateaba y se representaba con diferentes posibles finales en diez teatros de Londres. El papel de Oliver –como más tarde el de Peter Pan, otro clásico de la niñez en movimiento perpetuo– estaba a cargo de actrices. Pero, como corresponde, los papeles más deseados –los más temerosamente aplaudidos, los más fervorosamente abucheados por el público– eran los de Fagin y Sykes.

Mientras tanto, a la altura del capítulo XVII, Dickens interfería en la narración para dirigirse a sus lectores y comentar el caprichoso modo en que el curso de las vidas se altera sin aviso con “cambios que nos pueden parecer absurdos, pero que acaban no resultándonos tan antinaturales como los consideramos en principio”, y así lo que hasta ayer nos parecía cómico, hoy, de golpe, nos hace estallar en lágrimas sin consuelo. A lo que se refiere Dickens, claro, es a todos los libros de Dickens que llegarán tras la senda de Oliver Twist. Libros felizmente infelices.

O viceversa.

CUATRO Y nadie lo duda: Oliver Twist no tiene la gracia perfecta de Cuento de Navidad, ni la pasión en espejo de David Copperfield, ni la ambición decimonónica de Casa desolada, ni la inteligencia de la que acaso sea la más lograda y madura de sus novelas: Grandes esperanzas.

Pero su lectura –y su visión– ofrece algo que no nos puede dar nada de lo que vino más tarde: el momento deslumbrante en que un artista elige las armas que manejará como nadie hasta entonces y como ninguno de allí en más.

En Oliver Twist se hace ya evidente lo que afirmó Henry James (“El escritor que conoce al hombre, si cuenta con la gracia y la elegancia de Dickens, nos ofrecerá retratos y paisajes por los que jamás podremos estar lo suficientemente agradecidos; porque con ellos aumentará nuestro conocimiento del mundo”); lo que dijo Gilbert Keith Chesterton (“Hay una frase proverbial que expresa bien esa mezcla infantil de apetito y repugnancia en Dickens: ‘relamerse con lo horrible’. Dickens se relamía con lo terrorífico como se relamía con el pudding de Navidad. Porque Dickens era un optimista y podía darse un banquete con cualquier cosa... El sentido del carácter grotesco del universo circula por el cerebro y el cuerpo de Dickens como la sangre siempre agitada y turbulenta de los duendes”); lo que enseñó Vladimir Nabokov en las aulas de la Cornell University (“El escritor puede ser un buen narrador o un buen moralista; pero, a menos que sea un encantador, un artista, no será un gran escritor. Dickens es un buen moralista, un buen narrador y un encantador espléndido... ¿Cuál es la impresión global que su obra produce en nosotros? La de precisión poética y emoción científica... El mundo de un gran escritor es, en efecto, una democracia mágica donde incluso el personaje más secundario, el más efímero, tiene derecho a vivir y evolucionar”); y lo que predica hoy John Irving, tal vez su discípulo más aventajado (“La suya fue una imaginación alimentada por la infelicidad personal y la dedicación de un reformista social... La intención de sus libros es la de conmover emocional y no intelectualmente; y es por este método que lo que Dickens pretende es influenciar las mentes y las almas. Dickens, en lo que a mí respecta, fue y es y seguirá siendo el rey de la novela”). Todo esto y mucho más se siente leyendo a Dickens y, como declaración de intenciones, ahí está esa escena y ese capítulo en el que Oliver entra a una biblioteca y le preguntan si le gustaría ser escritor, y él responde que preferiría vender libros. Dicho y hecho, y Charles Dickens es lo primero y lo segundo, y pocas veces un narrador pensó más y mejor en sus clientes lectores.

CINCO En cuanto a las intenciones de Roman Polanski acerca de filmar una película para “un público joven”, sólo diré lo que sigue: la tarde que fui a ver Oliver Twist hacía frío y llovía y el cine estaba casi vacío. De pronto entraron una madre y su hijito, ambos dickensianamente empapados y temblando y se sentaron delante mío. Y empezó la película y cada diez minutos la madre preguntaba a su hijo: “¿Tienes miedo?”. A lo que el hijo, sucesivamente, respondía: “No”, “Nooo” y “Noooooo” y “NOOOOOOOOO”. Cuando se encendieron las luces y Oliver volvía en carruaje a su nuevo y feliz hogar, escuché cómo el chico, con el más poderoso de los susurros, mientras se hundía dentro de su abrigo, comentaba: “No entiendo por qué no enviaron a Oliver a Hogwarts y le enseñaron a defenderse con su varita mágica...”.

Otras voces, otros huérfanos.

Y larga vida a la Reina, supongo.

Correr la coneja

Mucho antes de canalizar sus angustias y su sarcasmo a través de Los Simpson, Matt Groening se ganaba la vida dibujando una historieta protagonizada por tres conejos antropomórficos que se llamaba –según el día, el humor, el alquiler y demás avatares– La vida es un infierno, La vida en el infierno o El amor es un infierno. Ahora, por primera vez en Argentina, la revista La Mano edita un libro con algunas de las mejores tiras de ese manual de autoayuda y consuelo existencial. (Un dato: Groening considera este trabajo tan personal que, tentado por una cadena de televisión, prefirió inventar una familia de monigotes amarillos antes de entregar sus conejos a la tv.)

Por Mariano Kairuz
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EL PARAISO para Matt Groening podría ser no tener que trabajar más de un día por semana. Un paraíso posible que el creador de Los Simpson consiguió hacer realidad para sí mismo hace ya casi dos décadas y media; incluso bastante antes de volverse millonario con la familia amarilla de Springfield. Groening había llegado a Los Angeles en 1977, proveniente de su Portland (Oregon) natal, y recién graduado de la Universidad de Evergreen, una institución “hippie” sin clases obligatorias ni calificaciones, que “atrajo a todos los raretas creativos del Noroeste”. Llegó siguiendo a su novia, con sus complejos a cuestas y la intención de zambullirse en el mainstream hollywoodense. Sus años estudiantiles fueron los del reinado de iconos “contraculturales” como Robert Crumb; Groening había editado el periódico universitario y se había dedicado a hacer historietas junto a artistas como Lynda Barry y Charles Burns (“ellos eran buenos; yo tenía problemas de autoestima”). En Los Angeles se juntó con el ilustrador y diseñador Gary Panter (otro autodefinido “hijo de los ’50” que alcanzaría cierta celebridad en los ’80), con quien pergeñó una suerte de dogma informal que Panter redactó bajo el título de El Rozz-Tox Manifiesto: una pieza anclada en el tiempo que a veinte años del fin del siglo XX instaba a los “independientes” a combatir la abulia de los medios masivos, desde adentro.

Un tiempo después de llegar a California –y tras una primera temporada en la que fue chofer y el “biógrafo fantasma” con aspiraciones literarias de un multimillonario– Groening se encontró trabajando en una pizzería en Sunset Boulevard. La movida punk se encontraba en su cresta absoluta, y eso le permitía venderles a los chicos de cuero sus propios fanzines fotocopiados, simplemente ubicándolos entre las revistitas punk de un lugar hoy legendario llamado Whisky a Go Go.

No tardaría demasiado en meter sus viñetas en los periódicos under de la ciudad, ni en hacerlo en el hoy desaparecido Los Angeles Reader.

En el Reader hizo en rigor todo tipo de trabajos: desde repartirlo hasta editar algunas notas y hacerse cargo de una columna de “chismes” sobre rock. Fue un momento complicado: “El problema era que yo no sabía nada de chismes”, dice Groening. Sus columnas terminaron consistiendo en unos cuantos párrafos autobiográficos sobre su familia, sus traumas, el trabajo y su vida en general, sin la intermediación de los conejos dibujados que protagonizaban sus historietas. Lo que Groening sabía era que no quería hacer esa columna toda su vida, y llegó al punto de inventar las reseñas de recitales a los que no había asistido e incluso a reseñar las presentaciones y los discos de bandas que ni siquiera existían. Es decir, consiguió que le retiraran la columna y pudo dedicarse a lo que más le gustaba: aquellos conejos semanales.

Entre 1980 y 1983, Binky, Sheeba y Bongo, las liebres antropomorfas de Life in Hell, pasaron de salir en un par de publicaciones subterráneas a leerse en más de veinte periódicos y revistas. Gracias a los buenos oficios de su futura esposa Deborah Kaplan, que lo ayudó a vender la historieta, Groening llegó a poder vivir de esa única tira semanal, en la que, diría años después, “podía seguir siendo simplemente yo mismo”. La repercusión de la tira lo llevó a reunirse con el productor televisivo James L. Brooks. Mientras esperaba para entrar a la reunión que podría marcar su encuentro definitivo con el mainstream, Groening temió de pronto perder el paraíso a manos de la Fox. Fue entonces cuando, unos minutos antes de la reunión, bocetó a Homero y familia, de manera tal de poder reservarse Life in Hell para sí. Eso cuenta la leyenda.

Hace tiempo ya que Los Simpson –programa con el que cada año tiene menos y menos que ver; apenas como supervisor de los guiones– le dieron a Matt Groening una fortuna que le permitiría no trabajar nunca más, ni él ni sus hijos. Pero ése es otro tipo de paraíso, y Groening prefiere seguir dibujando Life in Hell una vez por semana –ahora para unos doscientos cincuenta medios, eso sí– y quién dice, por el resto de su vida.

EL PURGATORIO vendría a ser este lugar entre la felicidad y la miseria absolutas que es la vida según la cuentan los conejos de Matt Groening en Life in Hell (a veces también bautizado Love is Hell) aunque su título parezca más categórico. En alguna entrevista, Groening dijo que juzgaba su vida “de acuerdo a cuán miserable solía ser”; y que en aquellos días en que comenzó a vender su historieta, si eso le alcanzaba para pagar el alquiler, “era terriblemente feliz”. Antes de Los Simpson Groening canalizaba sus penas y ansiedades a través de Binky, el conejo de aspecto temeroso y largas orejas; de Bongo –conejo de una sola oreja; hijo perdido de Binky– y la novia de Binky, Sheeba. La pareja protagoniza una suerte de manual de autoconocimiento para atravesar esos momentos de indefinición en los que no se sabe si el resto de la vida será el infierno o el paraíso; esa incertidumbre del purgatorio que obliga a pensar que sólo existe el infierno. La vida es un infierno, el trabajo es un infierno; la escuela es un infierno: ésos son algunos de los títulos que llevan las tiras de Binky, Sheeba y Bongo, y también las de Akbar y Jeff, dos extraños y pequeños seres humanos vestidos a lo Charlie Brown y con gorritos egipcios que mantienen una relación de naturaleza desconocida: puede que sean hermanos, pero la mayoría de las veces uno diría que son novios; lo único seguro es que viven permanentemente entre el odio y el amor, entre la dicha y el maltrato, entre el cielo y el infierno. El amor es el infierno: ése es el título de la compilación que la revista La Mano (que viene publicando la tira de manera mensual) edita en forma de libro, por primera vez en la Argentina, con trabajos que van de fines de los ’70 a mediados de los ’80.

El amor es el infierno plantea interrogantes existenciales: “¿Qué es el amor y qué es lo que te hace pensar que vos te merecés un poco?”. También propone un libro en trece capítulos sobre los pros y contras de compartir una relación amorosa, con apuntes sobre los inicios, el sexo, el matrimonio, los hijos y la separación, entre otros infortunios. En 1983, la tira dedicó una plancha a las ventajas y desventajas de las relaciones heterosexuales y de las homosexuales; todas eran las mismas para ambos tipos –incluso hace una mención temprana, para el cómic, del sida– con una contra extra para los amantes del mismo sexo: la dificultad para la aceptación social.

Y EL INFIERNO, por supuesto, son los demás. Una idea recorre La vida en el infierno y El amor es el infierno, y es la misma que vertebra las historias de la familia de Springfield y toda la obra de Groening, según lo dijo él mismo en una entrevista para la revista Mother Jones cuando estaba a punto de estrenar Futurama: la de que “nuestras autoridades morales, nuestros maestros, directores, curas, políticos, no siempre tienen en mente nuestro interés general”. Life in Hell, como los Simpson, ve el infierno en los demás pero también en esos otros que conviven dentro de uno mismo; en las angustias y las paranoias cotidianas, pero fundamentalmente en nuestras más profundas contradicciones. Y, con un impulso algo autodestructivo pero no suicida, con un humor triste, Life in Hell nos dice que ése es el pequeño infierno personal con el que a todos nos toca vivir.

Hoy dia salieron buenos articulos en Radar, este el primero de ellos.



Una inmensa historia de amor

¿Qué podía hacer Peter Jackson después de la trilogía de El señor de los anillos, esa obra titánica en su realización (un año de filmación ininterrumpida en escenarios naturales) y descomunal en sus resultados (17 Oscar, más de diez horas de épica como hacía décadas no se veía)? Sentarse sobre los laureles y descansar un poco. Pero no: apenas dos años después estrena una remake de King Kong. Y con un extra: está filmada en los estudios de Jackson en Nueva Zelanda, con los que aspira a erigirse en un serio contrincante de Hollywood por el título de La Nueva Meca. A la espera del estreno, José Pablo Feinmann reconstruye el nacimiento de la triste historia de amor entre el mono enamorado y la rubia californiana truncada por esa bestia civilizada que es el capitalismo. Además, una guía de personajes y diferencias entre la original y la remake.

Por José Pablo Feinmann
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Hay amistades con futuro. La que establecieron –una vez terminada la llamada Primera Guerra Mundial– un teniente coronel y un capitán de la Cruz Roja norteamericana fue una de ellas. El teniente coronel era Merian C. Cooper y había sido un héroe de la aviación en Francia, algo que tal vez no sea fácil. El capitán era Ernst B. Schoedsack y era fotógrafo de la Cruz Roja de los Estados Unidos, algo tal vez más sencillo. Lo dicho: se hacen amigos. Y en lugar de emborracharse, ir a burdeles de baja o alta categoría –en busca de lo que fuere– y comer platos exquisitos hasta saciarse, como suelen hacer los amigos, deciden ir a países exóticos y hacer documentales. Ya estamos cerca del nacimiento de King Kong.

Cooper y Schoedsack deambulan, creativamente, por Asia Central, por Siam, por Sumatra y sus selvas con frecuencia impenetrables y siempre amenazantes. Se trata, para ellos, de incursionar en el corazón de lo exótico, lo extravagante. Son occidentales y el occidental es un ser urdido por la curiosidad, por el conocimiento –que siempre deriva en dominio y en falsificación– de lo Otro. Chateaubriand y Nerval, poseídos por la pasión romántica de lo exótico, supieron recorrer Oriente. Encontraban ahí lo que no encontraban en Europa: la diferencia, la exaltación de lo distinto, el motor de lo imaginario. “Oriente (escribe alguien que sabe mucho de todo esto) era casi una invención europea y, desde la antigüedad, había sido escenario de romances, seres extravagantes, recuerdos y paisajes inolvidables y experiencias extraordinarias” (Edward W. Said, Orientalismo). Cooper y Schoedsack, entre tanta exaltación, compran los derechos de una famosa novela: Las cuatro plumas, una típica historia colonialista del británico A.E.W. Mason, que muchos, alguna vez, han leído. Sobre todo porque la publicó la mítica Colección Robin Hood. Era la historia de un oficial despreciado por sus compañeros de armas por resistirse a ir a ese revoltoso territorio del Imperio Británico llamado India, donde Rudyard Kipling se vestía de frac y tomaba el té a las cinco de la tarde para no dejar de ser un hombre civilizado. No fue casual que Las cuatro plumas sedujera a nuestros dos amigos: unía el concepto del honor típico del hombre blanco con el de la rebelión irracional y barbárica de los nativos de las colonias. También King Kong sabrá rebelarse y tal vez sea ése uno de sus temas axiales: la historia de una rebelión impulsada por el amor.

Cooper y Schoedsack llegan a una cumbre claramente más elevada que los afanes colonialistas de Las cuatro plumas: en 1932 filman El malvado Zaroff, cuyo título en inglés roza la intriga poética: The Most Dangerous Game. Este film (que vi en casa de Diego Curubeto porque, conjeturo, era uno de los pocos que podía tenerlo y en DVD) se extiende a sólo 63 minutos y tiene mucho de lo que habrá de tener King Kong, que Cooper y Schoedsack harán un año más tarde. Aquí está Fay Wray (la rubia que Kong amará) y también Robert Amstrong (el productor de Hollywood que trasladará a Kong de su, para él, idílica isla a la jungla de asfalto neoyorquina). También está Joel McCrea (el héroe) y está Leslie Banks, que se mete en la piel de ese ruso loco y malvadísimo que es el Conde Zaroff. El Conde los recibe en su isla y les muestra, luego de algunas frías señales de bienvenida, una cicatriz que tiene en el cuello: se la ha propinado un león. ¿Por qué?, preguntan sus huéspedes, ajenos a lo que les espera. Zaroff explica: él sale a cazar fieras entre la maleza de la isla y un león enfurecido le infirió ese tajo que lo humilla y, a la vez, testimonia su valentía. Brevemente: Zaroff arroja a sus invitados a la selva y sale tras ellos para darles caza, tal como acostumbra a hacer con sus fieras. El film tuvo una notable remake en la que Trevor Howard, un nazi escondido en la maleza amazónica, persigue a Jane Greer (la heroína infame de Retorno al pasado) y a Richard Widmark (Tommy Udo, entre otros setenta y cuatro films). La peli de Cooper y Schoedsack exhibía cabezas tronchadas por Zarkoff y otras escabrosidades que la censura mutiló. Como fuere, nuestros amigos utilizaron gran parte del material de Zarkoff para la inminente King Kong, film que los llevaría a la gloria definitiva y a una eternidad que sería arduo negarles, dado que Kong vivirá en tanto viva este planeta. Acaso poco.

King Kong es un film de monstruos, presumiblemente uno de terror, pero es, antes que nada, una historia de otro tipo, algo que no podía esperarse de un gorila. Es una historia de amor. La historia de un gorila enamorado de un objeto nuevo que se le aparece en una esfera de lo real que, para él, se limita a la geografía de una isla remota, perdida en el tiempo. Ese objeto es una rubia. Kong había visto muchas cosas en su vida tediosa y lenta, prehistórica: dinosaurios, nativos y nativas del lugar, hogueras y sacrificios en su honor. Nada que pudiera interesarle demasiado a nadie, nada a lo que ya no estuviera acostumbrado, algo que sólo podía despertar la curiosidad de Cooper y Schoedsack y, por supuesto, la de Claude Lévi-Strauss, que aún perseveraba en no asomar por este mundo. La historia es simple y en su simpleza está su poderío: un film-maker de Hollywood (Robert Amstrong) viaja a una isla remota con una starlet toda ella rubia (Fay Wray). Algo buscan, algo sospechan: habita en esa isla prehistórica un enorme monstruo al que se le llama King Kong. Los nativos lo consideran un dios y le ofrecen sacrificios. Amstrong sabe que su arma no puede fallar. ¡Kong no conoce el poder de una rubia californiana!

Los nativos atacan a los recién llegados. Pero nada sucede que merezca nuestra extasiada atención hasta que el gran mono encuentra a Fay y la deposita sobre su enorme mano, la mira, le suelta los breteles de su escasísima vestimenta, mira sus piernas que se agitan algo locamente, la baña en una tierna cascada y ni por asomo piensa en comérsela como no sea con los ojos. Ignora que Wray es la carnada que Amstrong le sirve para atraparlo. Lo atrapa y lo lleva a la ciudad de Nueva York. Antes, todavía en la isla, vemos a Kong vencer a un dinosaurio, uno que se había salvado del meteoro que liquidó a todos, uno que venía de las páginas morosas de Un mundo perdido de Arthur Conan Doyle, donde no trabaja Sherlock Holmes, o uno que se reservaba para hacer lo suyo en Jurassic Park y al que Kong salvó de Spielberg. Como fuere, Kong lo despanzurra en un alarde de fiereza. Sabemos que este gorila lo puede todo.

Una vez en Nueva York sabemos de qué trata tanto alboroto. Se trata de la pérfida civilización monetarista que se ensaña con este supuesto monstruo de la prehistoria y le impide amar a su rubia. De donde vemos que Kong, lejos de ser un victimario, es una víctima. La historia (basada en un bosquejo de Edgar Wallace, autor de malas novelas policiales que salían en la Serie Amarilla de Tor, algo que sólo Juan Sasturain sabrá a esta altura de los tiempos) se interna en vericuetos psicoanalíticos y arroja significantes por todos sus poros. Kong es exhibido, encadenado, en un teatro inmenso y obscenamente lleno de millonarios curiosos. La gula capitalista lo transforma en una mercancía circense. El espectáculo deviene catástrofe: el Mago (Amstrong) no puede contener a su criatura. El monstruo, tal como el de Frankenstein, rompe sus cadenas y sale a las calles. Los espectadores, los ávidos impuros, los mirones repugnantes que habían pagado sus localidades para ver la humillación de ese inmenso, descomedido mono, huyen como ratas. Kong va en busca de su amor. Fay Wray es una rubia bella y frágil. También ella, contradictoriamente, teme las dimensiones del mono, teme a Kong. Se sabe: lo teme y lo desea. Es este me doy y me niego de la rubia lo que despierta la libido, prehistórica o no, de Kong. Se trata de una relación imposible. Ni Fay podrá satisfacer a Kong ni Kong a Fay. Ella es muy pequeña para él. El es demasiado grande para ella. El amor de Kong, sin embargo, no tiene ni conoce límites. Tal vez él sólo pretenda bañar otra vez a su pequeño objeto de deseo en la cascada de la isla prehistórica, sólo eso. De modo que la busca hasta que la encuentra. Que ella grite aterrada no lo altera. En un film de terror las chicas que los monstruos se procuran siempre gritan. Pero la estridencia es una cara del amor, con frecuencia su punto más alto, orgásmico. Cuando Kharis, la momia, alza en sus brazos a la heroína, a quien él siempre confunde con la princesa Ananka, su amor imposible, la chica grita con ineludible estridencia. Nada de esto pareciera detener a los monstruos. Ni Kong, ni Kharis, ni menos aún el refinado Conde Drácula (un verdadero acosador sexual) se detienen por los gritos de sus víctimas. Saben que ellas les temen y eso los excita. O más aún: los desquicia sexualmente. Las chicas no temen lo que ellos creen que temen. Los monstruos creen que las heroínas gritan porque actúan una resistencia no verdadera que cederá no bien estén juntos, y solos, y el amor se exprese sublime y expansivo. Las heroínas gritan por miedo. A dos cosas: 1) a perder el mundo que conocen; 2) a la potencia sexual del monstruo. Kong ofrece su gigantismo, su rusticidad prehistórica desde la que anuncia algo siempre barbárico: el tamaño sí importa. Kharis ofrece el ritual de una muerte que los hará eternos y sagrados. Drácula ofrece una inmortalidad demoníaca, abiertamente crepuscular y romántica.

Kong abandona su destino de mercancía del eterno circo capitalista y huye con su amor. Trepa, con ella, a las cumbres del art déco, al Empire State. Ahí, en lo alto, tiene lugar el momento más sublime de la historia: unos aviones artillados, unos aviones insidiosos con metralletas que tabletean y erosionan la piel del héroe solitario, giran locamente alrededor de Kong, que sujeta a su amada. Kong les arroja zarpazos letales (algunos, no todos) a esas artefactos de guerra, expresión perfecta, cifra esencial de la tecnología de la modernidad, acostumbrada a hacer la historia con la guerra, pariéndola. Fay grita y sacude sus piernitas. Kong sabe, de pronto, que está perdido, que sus fuerzas sobrenaturales lo abandonan, que no es un dios o, al menos, no un dios imbatible. Deja, con infinita ternura, a Fay en la cumbre del edificio déco y cae al abismo. Muere y Amstrong dice una de las frases más perdurables del cine. Tanto como “el mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos” o “vamos a casa, Debbie” o “¡top of the World, Mom!”. Dice: “Fue la bella la que mató al Monstruo”. Todo, ahora, está claro: King Kong murió por amor en un mundo de canallas.

jueves, diciembre 08, 2005

Vicentico y mi decepción

Ayer en la noche fui al concierto que dio Vicentico (ex Fabulosos Cadillacs) en Sonilum.  Si bien no me esperaba encontrar con un show al estilo de los Fabulosos, por lo menos tenía la esperanza de escuchar varias canciones clásicas, sobre todo los viejos éxitos.  Nada de eso se dio, a excepción de “Vasos Vacíos” y una pequeña versión acústica de “Desapariciones”, Vicentico no toco casi temas de los Fabulosos (tocó algunos que la gente no conocía mucho) y se dedicó a cantar temas de su flamante carrera como solista, de la cual la gente conoce pocas canciones.  Por lo menos yo me sentí muy decepcionado, pero creo que la culpa ha sido tanto del público como de Vicentico, del público porque fue a ver un concierto de Vicentico esperando escuchar canciones de los Fabulosos, y fue también culpa de Vicentico porque vino a tocar a una ciudad donde se lo conoce por su carrera en los Fabulosos.  Incluso con todo esto, el marcador queda a favor del público que pacientemente espero que tocaran temas de los Fabulosos hasta el final (nos regaló una versión acústica de un tema conocido, pero sonó más a favor que a compromiso).  Resumiendo, me arrepentí de ir, el concierto me dejó sabor a poco.

miércoles, diciembre 07, 2005

Nuevas Fotos de Danielito


Foto 11
Originally uploaded by Alvaro Mendez.

Este Sabado le hicieron una ecografía en 4D a Claudia, y le sacaron varias fotos a Danielito, ahora ya se lo puede distinguir muy bien. Pueden ver mas fotos en el Flickr.