Veo gente muerta
Una médium que facilita la partida de los finados al más allá (“Ghost Whisperer”). Otra que impide que mueran (“Tru Calling”). Un forense que obtiene de los cadáveres las historias de sus decesos (“CSI”). El espíritu de un ama de casa que cuenta la historia de otras (“Desperate Housewives”). Un reality que conecta al espectador con los idos (“John Edwards”). ¿Por qué la televisión norteamericana decidió darles la palabra a los muertos?
Según la denostada caja boba, que a la hora de poner al descubierto la realidad que la circunda tiene la escandalosa precisión de los supuestos idiotas, algo extraño les está ocurriendo a los hermanos americanos, y ese algo tiene que ver con la muerte. O con los muertos, mejor dicho, que en “Ghost Whisperer” (Sony, los lunes a las 20) le hablan a Jennifer Love Hewitt y en “Tru Calling” (Fox, martes a las 21) a Elisa Drushku. Despojados de todas sus plumas, los capítulos de ambas series se parecen: muerto conoce chica - muerto encomienda misión a chica - chica cumple misión. Las diferencias entre una y otra estriban en que la invariablemente angelical Hewitt está allí para liberarlos de su carga y ayudarlos a cruzar al otro lado, caminar hacia la luz y demás vicisitudes formales propias de un difunto, mientras que Drushku (de angelical, poco y nada) debe impedir, salto en el tiempo mediante, que el muerto llegue a serlo (formato que, huelga decirlo, resulta mucho más divertido que el anterior).
Lo novedoso, en realidad, no es la muerte, que ya rondaba la pantalla chica en veta desacralizada –“Dead Like Me”, de Sony, y “Six Feet Under”, HBO–, sino la obstinación por darles a los muertos la palabra (otra muerta, en off, es la narradora de “Desperate Housewives”, por ejemplo). Obstinación tan empecinada que, cuando el muerto no tiene la delicadeza de aparecerse, lleva esta necesidad de hacerlo hablar a un metafórico interrogatorio del cadáver, como ocurre en las series que juegan en el terreno de la criminología (entre las que, sin duda alguna, se destaca la amena “CSI” original).
¿Qué grandes misterios, qué secretos ocultos tendrán para comunicar los muertos que justifiquen tanto afán? Bueno, al parecer nada demasiado espectacular, ya que se parte del supuesto de que nadie quiere morirse, y por eso los muertos se dedican pura y exclusivamente a hablar de los vivos. Lo único que tienen de escalofriante sus asuntos pendientes y sus revelaciones es su alto grado de trivialidad. Así, de lunes a viernes por People & Arts, John Edwards, conductor de un talk show tan descabellado como fascinante, “Cruzando al más allá con John Edwards”, se comunica con los muertos para transmitir al público presente mensajes del tipo “descuida, ya no estoy enojada porque aquel día no me prestaste el labial”.
No se trata, es claro, de la angustia ante el enigma de la muerte que lleva a preguntarse por aquello que es radicalmente desconocido –el Hades, la noche de los tiempos–, sino de una angustia ante la realidad en su sentido más llano, a la que nadie, salvo un muerto, puede dar respuesta. El saber sigue estando del lado de la muerte, pero no se trata ya de un saber del más allá, ese lugar que es el lugar del muerto, sino de un saber de lo trivial, del más acá (paradoja que lleva a los muertos, por su parte, a comunicar todo lo que saben con palmaria claridad, lejos de la intriga y la oscuridad que caracteriza a lo oculto).
Tan poco inquietantes resultan estos muertos que difícilmente pueda llamárselos fantasmas. A diferencia de “Twin Peaks” o incluso “Los expedientes secretos X”, donde lo sobrenatural multiplicaba la oscuridad y la confusión, en la tele de hoy la muerte y lo paranormal son glosas que despejan cualquier duda (la notable “Medium”, “Supernatural” y su edulcorada antecesora, “Joan of Arcadia”), y aquello sobre lo que se expiden a lo sumo tendrá que ver con mediocres delitos privados.
Lo que tienen en común todos estos muertos no-fantasmas es que están aquí para permitir “un cierre”, como diría una psicóloga de la tarde. Vienen a calmar dudas, dirimir disputas y, sobre todo, servir de parámetro y bálsamo a todas las realidades afectivas, a todas las miserias domésticas. Basta con echar un vistazo a los personajes con los que se comunican para advertir que carecen de la sofisticación del oráculo, la dignidad delespiritista romántico o la excentricidad de Whoopi Goldberg en Ghost, siquiera. Son “gente común”, enfrentada al desconcierto de una cultura que no puede dar respuesta y a la que no le queda, por ende, más salida que dar la palabra a estos muertos lazarillos. Como demuestra el protagonista de “CSI”, las habilidades del viejo detective lógico del policial sólo pueden hoy desplegarse merced a un arsenal de conocimientos científicos y técnicos que pone al personaje, prácticamente, del lado de los muertos, los que no tienen enigma (de allí que se resalte, todo el tiempo, lo “inhumano” de Grissom). ¿Cuál es la distancia entonces entre el racionalista Sherlock Holmes y la espiritual Jennifer Love Hewitt? Ni más ni menos que la confianza en la posibilidad de encontrar una respuesta dentro del espacio de los vivos, es decir, dentro de la realidad a la que efectivamente tenemos todos acceso, a las inquietudes domésticas que paralelamente, por faltas de respuesta, ascienden al rango de lo trascendental.
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