jueves, julio 20, 2006

El artificio de la “descolonización”

Alberto Zuazo Nathes*
Es necesario empezar por un apunte, la palabra “descolonización”, que está en boca de los gobernantes actuales, es desmesurada, no se ajusta a la realidad nacional. Tendría que pensarse más bien en que es un artificio (disimulo) conceptual, creado con la intención de imponer ciertas elaboraciones racistas.
La colonización política que imperó en estas latitudes, por cerca de 300 años, se acabó el 6 de agosto de 1825, cuando se proclamó la independencia de la República. En lo social, desde la Revolución Nacional de 1952 nadie es sometido al yugo de la opresión o de la dependencia. Quedó más bien consagrada la libertad individual y el respeto a la persona. Tal vez aquella palabreja se la quiera aplicar a lo cultural, pero si fuera así, simplemente se trataría de una con- fusión. Podría decirse que se demuestra una visión defectuosa de las cosas y, en este caso, de lo que es Bolivia.
Salvo en épocas de dictadura, todos y cada uno de los bolivianos gozó del libre albedrío, es decir que hizo lo que mejor le pareció. A nadie se le impuso que haga algo en contra de su voluntad. En otras palabras, nadie ha ejercitado en el país forma alguna de colonización, por tanto, es inconsistente hablar de “descolonizar”, cuando no existe en Bolivia sometimientos deliberados. Se puede hablar de atraso en el área rural, pero no como imposición de alguien.
En cuanto a una supuesta “descolonización” cultural, la idea no resiste el mínimo examen y menos su admisión. Bolivia es usufructuaria de la cultura universal. No es una ínsula, está integrada a la totalidad de la especie humana. El patrimonio cultural de la civilización la asimila y aprovecha como puede.
El ministro de Educación, Félix Patzi, ha explicado que “la descolonización en la educación —que es a la que se refiere— es poner fin a las fronteras étnicas y la sociedad de castas que monopolizó las oportunidades académicas, políticas y laborales”. Tal cosa no ha existido, por lo menos de forma impositiva, de otra manera no se explicaría la presencia de apellidos indígenas en todas las actividades profesionales de la vida nacional, así como en la política. Otra cosa es que hubiera habido indiferencia indígena hacia el avance social.
Se alegará que en las áreas urbanas no se enseñan las lenguas nativas. Puede ser esta una falencia, pero no es causal para desjerarquizar el nivel cultural de las personas, pues en la vida urbana no se las requiere, se puede vivir sin ellas. Ahora, si hay alguien que quiera aprender lenguas nativas puede hacerlo, nadie le prohíbe. Pero, de ahí a querer imponerlas, como requisito de la educación y del trabajo, es una excentricidad del etnocentrismo fundamentalista que quiere aplicarse en Bolivia.
*Alberto Zuazo Natheses periodista.

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